-Joder, hay que hacer
algo con esa mujer -dijo nuestro héroe-. Yo ya sabéis que subo
siempre a pata, pero aquí hay señores mayores y otros impedidos que
necesitan el ascensor.
-Y cada vez va a peor.
Clara era un mujer de
mediana edad que vivía en la misma escalera que la familia Gordal
Palacios. Hacía tiempo que daba señales de padecer alguna
enfermedad mental, pero seguía pudiendo vivir sola. En os últimos
tiempos, sin embargo, parecía ir a peor. Dos veces habían tenido
que acudir familiares suyos a atenderla en crisis de nervios en los
que había llegado a tirar del pelo e insultar a otra vecina, y
parecía que los servicios sociales la tenían a su cargo. Pero ahora
la última era que de vez en cuando se sentaba en el ascensor en el
suelo y no dejaba que nadie lo utilizase. El único que parecía
saber cómo convencerla era Pablo, el portero de casa. Cuando no
estaba él se apoderaba del ascensor.
-Lo más gracioso
-añadió Juan-, es que el otro día me dijo que se lo habían
ordenado meterse allí, pero no fue capaz de explicarme quién.
-Ya, yo estaba allí
-dijo nuestro protagonista-, le dijimos que ahora nosotros la
decíamos que volviese a su casa pero no hubo manera.
-Sólo el portero parece
saber cómo convencerla, habrá que decírselo.
Unos días más tarde,
el señor Pablo logró una solución a medias: Clara en vez de en el
ascensor se sentaba igual en el suelo, pero a la puerta de su piso.
Como aquello coincidió con unas obras n la escalera, era un curioso
espectáculo ver a los albañiles subir y bajar con sus cargas
mientras la ignoraban.
-Joder, lo que pensarán
esos hombres -dijo nuestro protagonista.
-No te creas, conozco
gente que trabaja en eso, y saben que en cada casa suele haber un
tarado.
-Pero esto tampoco es,
deberían llevársela los servicios sociales.
-Sí, que luego salimos
en el telediario cuando pase algo diciendo “se veía venir”.
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