Nuestro protagonista paseaba por Lavapiés observando la colonia africana, hindú y de todo el mundo
musulmán que se había establecido en ese barrio de su ciudad. Algún xenófobo estúpido clamaba a
veces contra la «conquista» de ese vecindario, pero nuestro protagonista disfrutaba paseando por ese
barrio y observando las oportunidades, novedades y curiosidades que la multiculturalidad ofrecía.
Había descubierto librerías especializadas en literatura africana, tiendas de objetos y complementos de
cuero marroquíes —donde, por ejemplo, había adquirido la billetera donde guardaba su dinero— y
establecimientos de alimentación de todos ellos. En una calle llena de tiendas de comida a granel que
nuestro personaje llamaba en general india, aunque algunas veces los que atendían le habían hecho
saber que venían de Pakistán, Bangladesh u otros países de la misma zona, solía Fran coger de vez en
cuando algún aperitivo exótico: bollos de diversos tipos, pakora, samosas... Esta especie de
empanadilla de Asia Oriental era especialmente apreciada por Fran entre las especialidades que
aquellos establecimientos servían. Como tenía tiempo y dinero pensó en darse un capricho. Iba a
entrar en el primer local que vio cuando recordó que ya lo conocía y allí le echaban demasiadas
especias a las samosas. Sí, había ya probado la producción de varios de los comercios y recordó que
en ese plato se notaba mucho la diferencia entre uno bien preparado y uno que no lo estuviera.
Conocía ya lo suficiente esa calle para saber dónde ponían demasiada pasta, dónde las epeciaban
mal, dónde las verduras se quedaban crudas... Vaya, quizás no era tan entusiasta de las samosas, así,
en general, pero recordó por fin los tres establecimientos que, en su opinión las preparaban mejor.
Se disponía a entrar en uno cuando vio un nuevo comercio que no estaba en esa calle hasta aquel
momento. Voy a probar aquí, se dijo. Entró y pidió:
—No samosa, amigo. Se han quemado—le dijo el hombre que atendía.Pues al final, se dijo Fran, las samosas buenas no son tan abundantes como parecería. Y se dirigió
donde Rahul, un comerciante que ya conocía y que siempre abía atendido bien le tenía las
mejores que él había visto en aquella calle.
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