euros la botella. La especulación provocada por una mala cosecha y la desinformación que
se había extendido entre la gente en el país de nuestro protagonista estaba provocando
un alza de este producto casi inasumible por la mayoría de las economías domésticas. Fran
optó por la solución más lógica, llevar aceite de girasol.
—Aquí tengo yo para las ensaladas y demás,para eso seguimos usando de oliva —comentóCarolina Gordal.—Sí, eso está muy bien, pero para freir no podemos gastar tanto. Usamos el de girasol.—De todos modos no freímos mucho en esta casa.Nuestro protagonista buscó dónde acomodar el aceite de girasol, al lado de la botella grande deaceite de oliva que todavía se usaba en los platos donde no se necesitaba demasiada cantidad deeste producto.
—Además hemos llegado a un punto en que ya uno tiene miedo a equivocarse y usar el que no es.
No hay derecho a que esos señoritos tengan a todo el mundo en esta tesitura —comentó nuestro
protagonista.—Bueno, de momento podemos preparar las ensaladas como esta —dijo Carolina.—¡Pero si le estás echando el de girasol! —gritó nuestro protagonista.Carolina observó alarmada su obra y pensó en lo que diría el resto de la familia con aquellaensalada. Sin embargo no iban a tirarla entera cuando estaban haciendo sacrificios para cuadrarlas cuentas del aceite.
—Quérrrrrrrrrrrrrrrrrrrricalaensaladasenotaquelahabéispreparadobienponmeotro pocoqueeltomateeramuybuenoyesteaceiteparecequetienealgoledaotrosabormegustamuchoaversiloaprovechamosqueestámuycaro...—comentó Doña Marta Palacios.—Yo creo que se han equivocado y han cogido aceite de girasol —intervino Juan Gordal.—Andadéjatedetonteríasqueaquítodosdistinguimosmuybienelaceitedeolivadelapporqueríaesalaensaladaestábuenísimaysehanesforzadoytienemuchosaborseráporquelasverdurasestánmuybuenasynosehanpasadoconelvinagre.—Decidme la verdad. Habéis metido la pata. ¿Me equivoco, hermanos? —preguntó Juan.Doña Marta y el mediano de los hermanos se enzarzaron en una dicusión que observaron con una
mezcla de consternación y risa Fran y Carolina.—Bueno, peor sería equivocarse al revés que encima nos costaría dinero —sentenció nuestro
protagonista.
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