miércoles, 24 de abril de 2024

El niño del fin del mundo

 

 

Hay que ver. Desde
 aquí se domina toda 
la ciudad con una
 panorámica increíble 
―dijo nuestro 
protagonista desde lo
 alto de aquel cerro.Allí está Torre Europa,
 por el otro lado la Almudena, se ve la vía del tren...―respondió Juan Gordal.Parece como si no estuviéramos en la ciudad, como si lo viéramos desde fuera.Me recuerda a esas imágenes que aparecen en algunas películas y tebeos de cuando un viajero que
 viene desde muy lejos ve desde una montaña que llega a su destino.

Los dos hermanos habían llegado a aquel parque, el Parque de las siete Tetas, así se llamaba,
en alusión a los cerros que lo componían. Había zonas del parque con mucha sombra, pero la
curiosidad de contemplar la ciudad desde lo alto se ve que atraía a mucha gente que subía hasta
lo alto de las lomas a contemplar la vista y tenderse al sol.

Quizás eso es lo malo, que aquí el sol pega en exceso.Pero mira qué sensación de libertad. Vete tú abajo con los familiones y los niños, si quieres, yo 
me quedo aquí y... ¡Ay!

Tras este sobresalto nuestro protagonista y su hermano se volvieron. Un niño de unos ocho años
recogía una pelota y se disculpó con una voz temerosa:

¡Perdone, señor!No pasa nada pero ten más cuidado ―dijo Juan con buen criterio viendo la edad del infante y que 
el pelotazo que se había llevado en la espalda no había sido demasiado fuerte.Joder, hay que ver. Hemos tenido que venir hasta lo alto de un cerro a que nos pase este incidente 
tan típico de los sitios abarrotados.¿Y los críos con todo el parque se ponen a jugar en la ladera del montículo? ―comentó Juan―. 
En fin, la imaginación infantil es siempre sorprendente.O igual es que este lugar no es tan remoto como nos pareció.Igual. 


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