Diez esperaba en el veterinario. Aunque daba síntomas de evidente mejoría, aún tenía que ponerse
alguna inyección más para controlar su pinzamiento muscular. A lo largo del tratamiento había pasado
de la amenaza de necesitar una intervención quirúrgica a un tratamiento de pastillas que se reveló poco
eficaz y de este a uno mediante inyecciones que habían logrado que volviese a caminar feliz y sacar
fuerzas de donde no las había.
-Le veo mucho mejor -dijo Belén la veterinaria-, como que casi quiere irse.
-Sí, ha sido espectacular. Aun así, todavía de vez en cuando sufre recaídas. La última antes de ayer.
La doctora le pinchó, y el perro lanzó un grito corto, pero clara muestra de que no le había gustado
la inyección.
-Bueno, sé que este producto duele, pero lo necesitaba. Mirad ahora cómo acelera.
-Preferimos eso a cuando estaba inmóvil.
-Pues vais a tener que retenerlo un poco, no conviene que fuerce.
-Bueno, tampoco creemos que pueda forzar mucho aún.
En esto otro perro, un yorkshire entró en la clínica. Al principio ambos animales se saludaron, pero
acabaron peleándose. Juan sujetó a Diez y Fran dijo:
-Aún no estás listo para la pelea, Diez.
-Ya lo veís -remachó la veterinaria-, está mucho mejor, pero vais a tener que convencerlo de que no
haga esfuerzo.
-Pues a ver qué hacemos, de un extremo al otro.
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