— Pues yo no sé en qué pensaban los que pusieron este alumbrado. Parece que alguien se haya hecho una paja y haya dejado el grumo colgado de la calle — comentó aquel transeúnte.
Juan y Fran Gordal habían oído críticas tremendas al alumbrado de
navidad de ese y de otros años, pero aquella había superado en un
momento todas las demás. La comparación era grotesca y rebuscada,
pero en efecto aquella iluminación de barras colgantes con grupos de
bombillitas blancas a lo largo de las mismas producía ese efecto
tan grotesco.
—
Pues ahora ya no voy a poder volver a pasar por esta calle sin
pensarlo — comentó nuestro protagonista.
—
Bueno, Fran, no te rayes, que sabemos todos lo que son, bombillitas.
—
En otro tiempo las luces de navidad me llenaban de alegría e
ilusión, y ahora cada año montan un Cristo por ellas.
Como queriendo confirmar lo que deía nuestro protagonista, un niño
pequeño pasó al lado y le preguntaba a su padre:
—
¿Y por qué ponen estas luces, papá?
—
Porque es una época muy bonita en la que nació el niño Jesús, en
la que las familias se juntan, y en la que vienen los reyes y hay que
celebrarlo hijo.
Fran se vio durante unos momentos reflejado en aquel pequeño. Pensó
que quizás sólo en la infancia uno podía albergar esa primitiva
ilusión y alegríqa. Pero inmediatamente el niño respondió a su
padre:
—
Pues a mí no me gusta, papá.
—
Bueno, hijo, pues se pasa pronto y ya lo quitan.
Cuando aún el niño no se jhabía alejado, Juan Gordal le comentó a
Fran entre risas que ni los niños mantenían ya el espíritu
navideño. Fran sentenció:
—
Pues a beber cerveza, que eso siempre levanta el ánimo y alegra.
—
Sabía que dirías eso. Venga, vamos.
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