―Pues para
una vez que estamos aquí cuando los escribís, es una alegría muy
grande poder participar en el regalo a la niña ―dijo
la tía Maria Cristina después de mostrar el Belén de peluche que
había aportado al regalo de la familia Gordal palacios a la pequeña
Marimar.
―Puessíhermanala
mandamostodos
losañosennavidad
yensucumpleaños
cosasqueyaestá
muycrecida
yanoesunbebémis
hijotambiénla
escribenhasta
Juanquenoes
muydecríos
nideescribir
parecquelehace
ilusión...―añadió
Doña Marta Palacios.
―Ya has
tenido que meterme la pullita ―respondió Juan Gordal.
―Nohijofirmalatarjetaaverquéseteocurrequeparaunacosaernlaqueparticipastodosqueremosque
lohagascongustoyséquetúeresunapersonamuybuenaymuycariñosaquecuandoteponesconestolohaces
contodoelcorazón...
―Trae.
Y
mientras todo esto sucedía, nuestro protagonista que observaba la
escena pensaba algo ingenioso que decir a la pequeña. Normalmente
nuestro personaje tenía mucha inventiva para las dedicatorias, pero
siempre eran chistes de los que no podía decir a una niña de corta
edad: chistes de que para nosotros todas las noches son buenas, de
que aquí tengo el gordo de navidad con dos aproximaciones, y viendo
a Juan dibujar un duende navideño le había venido uno más, de su
terrible enano... ¿sería posible que a su edad no fuera capaz de
ocurrírsele nada fuera del humor cuartelero?Con
la referencia mental al humor cuartelero recordó los chistes de la
Historias de la Puta Mili de Ivá donde a veces los soldados
del sargento Arensivia hacían verdaderas burradas con los camellos
del desierto, y tras darle vueltas pensó en dibujar a un camello
para la niña, y ponerle diciendo el clásico: «Basaltar...¡y
se cayó!». Al acabar su
hermano de firmar la tarjeta le llegó el turno y dibujó el chiste
más viejo sobre navidad que recordaba, pero válido para una infante
de la edad de Marimar.
―
Québonitohijosevequetútodavíamantienestuespíritunavideñosenotaquetienesilusiónconestocasi
estásapuntodeescribirunacartaalosReyescuandotienesgustoporlascosassetransmiteenloqueescribesy
parecequelosabes...
―afirmó Doña Marta Palacios
―Y
qué puro e inocente. Se ve que tiene aún corazón de niño ―dijo
la tía Maria Cristina.
―No
logro hacerle crecer, no ―sentenció Juan.
Nuestro
protagonista tuvo ganas de pegar una bofetada a alguien al oír que
le decían aquello cuando había hecho esfuerzos para dar una
dedicatoria adecuada al público que recibiría la tarjeta. Pensando
que era imposible acertar con todos esperó que al menos a la
benjamina de los Gordal palacios le gustara y dijo:
―Bueno,
los pajes de los reyes magos me habrán visto.
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