viernes, 19 de febrero de 2021

Mascarillas y autoestima.

 

 

¿Quieres la cabeza para el caldo?
 —preguntó la pescadera a 
nuestro protagonista.Esteeeeeeeeee... Sí, 
por favor —contestó 
Fran sin apartar de su 
cabeza lo que le rondaba.

 Nuestro protagonista estaba 
haciendo las compras que le tocaba cada cierto tiempo y había observado que aquella mujer tenía 
problemas con el nuevo adminículo que la situación de pandemia imponía desde hacía ya tiempo,
 la mascarilla. Le había visto intentar colocársela varias veces pero se le volvía a caer, seguramente
 tenía una goma floja o era poco adecuada por su tamaño. Y le sabía mal decírselo en su trabajo. 
Al cabo de un rato un reponedor del supermercado donde todo ocurría pasó cerca. La chica le hizo
 una petición lógica:¿Puedes traerme una mascarilla nueva?Bueno, pero tendrás que pagarla. ¿No te da vergüenza llevar la napia fuera tanto tiempo?Cóbramela al hacer caja si quieres, pero tráemela.

 Mientras tanto nuestro protagonista pagaba por el paquete de pescado que había recogido, aquel 
empleado volvió con un paquete de mascarillas y ofreció uno a la pescadera.Tengo las manos llenas de pescado. ¿Puedes ponérmela tú?No, mira, yo tocar lo que llevas para parar los gérmenes no. Apáñatelas.
 
 Lo último que vio nuestro protagonista antes de irse del establecimiento fue a la pescadera darse 
un agua en las manos como pudo y luego pasar grandes dificultades para con las manos mojadas 
abrir el paquete, procurar que no le cayera una escama dentro colocársela... Y al mencionado 
reponedor descargando una furgoneta y con la nariz fuera. ¿Y tú no eres contigo tan tiquis miquis ni tan exigente como con tu compañera? —le preguntó.Es que estoy haciendo un esfuerzo y respiro mal.Estoy seguro de que la pescadera podría decir algo parecido —respondió Fran.Bueno, pero yo estoy trabajando.

 Fran se fue, pues no tenía ánimos de discutir, pero lo cierto es que ese individuo, al menos el rato 
que él le había visto, no había hecho más que pasearse por el súper y reñir a los demás. Y ni siquiera
 le quedaba el consuelo de no darle su dinero, ya que la pescadera también comía de él. Pero estaba 
claro que las mascarillas no solo protegían la respiraión de la gente, sino también la autoestima de 
algunos, habitualmente los mismos resentidos y cobardes que en tiempos normales vigilan colas, 
obras, etc para afear conductas. 
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario