—Y no me vengas con que no lo sabías
que ya te lo expliqué otra vez. Al atún
se le echa aceite para que no se ponga
mala la parte emergida. ¡Que de verdad
que me tienes harta! —gritó Martina a
nuestro protagonista. —Sí, si ya lo sabía, pero hay que coger
costumbre —respondió cabizbajo Fran. —Pues ya llevas aquí mesecitos
suficientes.Martina era la inmediata superior de
nuestro protagonista en el trabajo en el que se había desempeñado durante aquellos meses. En
cierto modo le recordaba a su hermano Juan, porque era noble, transmitía cierta ternura —sobre
todo cuando hablaba de su pequeño retoño—, pero tenía muy mal carácter. Y cada vez que gritaba,
a Fran le pegaba un tremendo susto. Y eso que nuestro protagonista le sacaba la cabeza y algo más
de altura. Sí, no cabía duda, aquella mujer regordeta y resuelta tenía dotes de mando. Mientras
recogía su material y se preparaba para volver a casa, Fran se preguntaba si sería así de contundente
ante cualquier situación de su vida. Si el mencionado hijo de Martina recibiría brocas semejantes.
Si esta se echaría atrás ante alguien. Todo esto bullía en su cabeza mientras en el vestuario dejaba
su ropa de trabajo y se vestía de calle. Y de repente un grito, una vez más ensordecedor, pero que
parecía reflejar terror y no autoridad, lo sacó de sus reflexiones. Fran se tapó lo más rápido que
pudo con un pantalón y una camiseta y salió. Otros lamentos no menos sobrecogedores venían
del vestuario de chicas del trabajo. La voz era sin duda de Martina.
—¿Pasa algo? —preguntó Fran desde la puerta. —¡Entra, por favor! —le gritó su jefa.
Fran pareció no entender. Entrar en un vestuario femenino era una fantasía calenturienta demuchos machos adolescentes de su especie, pero él había superado esa edad. Y seguramenteincluso a los 18 años se hubiera sentido extrañado de tal petición.
—¿Has dicho que...? —acertó a preguntar. —¡Pasa, joder! —gritó Martina con rastros de terror en la voz.
Fran se decidió a entrar. Martina estaba aún vestida de trabajo, y otra compañera suya se reíacon una camiseta de verano desde detrás de la jefa de nuestro personaje.
—¿Qué pasa? —acertó a preguntar Fran. —Mírala, esta detrás de ti.
Nuestro protagonista se volvió y para su sorpresa encontró que lo que asustaba de tal modo a
su superiora era una minúscula cucaracha. Fran soltó dos carcajadas y dijo:—Ni que fuera un tigre, Martina. Anda, ahora la saco.
—¡No! ¡Mátala! ¡Mátala! —gritaba la jefa. —Dile tú algo, Sofía —pidió Fran a su otra compañera en el vestuario —. ¿Por qué voy a matarla
si es inofensiva y se puede ir? —¡Yo no trago a estos bichos! ¡Son superiores a mí!
Finalmente Fran no puedo llevarla fuera de la estancia y, con algo de pesar, dio muerte al insecto.
Mientras lo tiraba a la basura pensó en voz alta:
—Pobre bicho, tiene que morir porque asusta a un ser unas 10000 veces más grande que él. —Sí, pero que a saber lo que trae. Venga, sal ya de aquí —dijo Martina recuperando su voz de
mando. —Con esa capacidad podrías haberla amaestrado y hacerte famosa —sentenció Fran mientras
cerraba tras de sí la puerta y se dirigía a su hogar.
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