Nuestro protagonista tropezó con el pasillo con aquel disco de las pesas que
Juan Gordal y él usaban para entrenar. Los hermanos tenían ya montadas sus
mancuernas con el peso que necesitaban y ese disco sobraba. Nuestro protagonista
no entendía para que lo guardaba Juan.
—Sólo sirve para esto, para rondar por ahí
y joderte los pies con él —comentó nuestro
protagonista. —Yo prefiero tenerlo, porque... —respondió
Juan. —¿Por qué? Si ni siquiera hay otro.
Desequilibraría las pesas. Aunque subamos
la carga. —Nunca se sabe cuándo puede hacer falta. —Mira, o vas a la tienda y pillas otro o lo tiras. No tiene sentido.Juan defendió muy duramente su postura mientras Fran insistía en deshacerse del disco. No
tenía ni sitio en la casa, rondaba por los rincones, a veces aparece por donde menos se
espera... Ninguna de estas razones convenció a Juan. Fran se dispuso a salir del pasillo y sus
pies se enredaron en el flexo que había en una mesita cercana. Cayó al suelo y al levantarlo,
la lámpara y la luz funcionaban, pero el pie de aquel flexo se había roto. Fran se lamentó al
verlo:
—Qué putada. Habrá que pillar otro en los chinos porque no se tiene derecho. De luz aún sirve. —Déjame a mí, Fran —dijo Juan muy decidido con el disco de pesas en la mano.
Después de una pequeña labor de colocación el flexo se quedó en su sitio y aún alumbraba
perfectamente la habitación. Fran comentó:
—Pues al final esta lámpara a traído la luz con lo de las pesas. —Sí, Fran. Yo lo sabía. Por eso la guardé siempre. —Bueno, no sé, se quedará aquí al menos hasta que compremos otra lámpara.
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