Fran disfrutaba con calma de los últimos tebeos que había cogido de la biblioteca. Tenía una
provisión de tebeos y pronto jugaría el Atleti. Además disponía de refrescos y de varias opciones
de películas para ver en el ordenador. Toda vez que había pasado la mañana trabajando y la tarde
estaba desapacible, esa sesión de entretenimiento hogareño parecía lo mejor. No era el único
que pensaba eso:
—La verdad es que está todo para quedarse en casa haciendo el vago —comentó Carolina Gordal—.
Creo que yo me voy a pasar la tarde probándome ropas y mirando el espejo. —Y yo escribiendo otro relato a ver si me lo premian —intervino Juan. —Me podría tirar así toda la semana. Ojalá nadie interrumpa.Pero entonces sonó el teléfono. Después de una pequeña discusión entre los hermanos fue Fran
el que acudió a cogerlo. Al otro lado del mismo resonó la voz de la tía María Cristina:
—Hola, Florito. Que he pensado que ya tenemos plan para esta tarde. Quiero que te vengas a ver
una exposición de trajes del siglo XIX. —No puedo, tía —dijo apurado Fran, mientras pensaba una excusa—. Es que estamos limpiando
en casa...Fran titubeó viendo los gestos que le hacían sus hermanos. Cuando la tía María Cristina contestó
entendió a qué venían esos aspavientos:
—Pues voy yo a llevaros un limpiador de baldosas que tengo que.. —No, tía de verdad, que no nos hace falta.Pero ya era tarde. La tía María Cristina se puso en camino y Fran comprendió que ahora no
iban a tener más remedio que atenderla. En media hora la tía María Cristina estuvo en el
hogar de los Gordal Palacios y se puso a dar lecciones de limpieza. Los hermanos no tuvieron
más remedio que atenderla.
—Este tipo de azulejos se limpian con este producto y con un cepillo de dientes. Tendréis que
dedicar toda la tarde —dijo la tía a nuestros protagonistas. —Yo me pongo con eso —comentó nuestro protagonista, intentando evitar tareas a sus hermanos. —Muy bien, pues Juan, Cárol y yo vamos a ordenar el cuarto de la niña.Así, los hermanos ocuparon tres horas, hasta casi la noche, en tareas que no era necesario
hacer, pero con su tía mandando no les quedaba otra. Por fin tía María Cristina recogió sus
bártulos y se fue. A solas Carolina y Juan empezaron a abroncar a nuestro protagonista.
—¡Anda que nos has jodido bien, por no ir a la exposicioncita! —le recriminó Juan. —¿Qué podría hacer? Haberte ido tú con ella. —¿Por qué no les has dicho simplemente que hoy no podías? —preguntó Carolina. —Hombre, ya la conoces. Si hago eso, mañana vuelve a llamar y así hasta que vaya.Al decir esto nuestro protagonista observó que un mensaje llegaba a su móvil. Era de la
Tía Maria Cristina:
No se te olvide estar listo mañana a las 10:00 en la parada del metro de O´Donnel. Mañana
lo del traje no se nos escapa.
Fran gritó horrorizado: —¡Joder! ¡Ni con esto me he librado! ¡Mañana otra vez! —Pues esta vez te comes la exposición tú solo —dijeron a la vez Juan y Cárol. —Desde luego, pero no me olvidaré de decirle a la tía que os busque quehaceres a vosotros
—sentenció Fran.
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