Juan Gordal vino muy contento a dar una noticia y mostrar una serie de tebeos a nuestro
protagonista. Eran nuevas historias de Corben que había conseguido, pero por lo visto
tenía el convencimiento absoluto de que para su hermano serían las mejores que jamás
hubiera leído:
—Es que contienen referencias a todo lo que te mola,
Fran: a historia, a miltares, al cine... —Al Atleti seguro que no —respondió nuestro
protagonista—. Bueno, me lo leeré más tarde, pero
no se te olvide que tengo de la biblioteca el Rey Mono
de Tezuka y ese tebeo del oeste que quería
leer. Cuando acabe con ellos me leeré esos dos. —Bueno, pero no tardes. Que te van a gustar mucho.Sin embargo sólo unas horas más adelante esa misma tarde, mientras nuestro protagonista
ultimaba su equipaje para ir al trabajo al día siguiente, Juan le inquirió:
—¿Ya te los has leído? —A ver, Juan, que estoy ocupado con otras cosas. Tú tranquilo que cuando me los lea lo sabrás. —Pues me dejas de piedra, yo creí que te iban a encantar. —¿Pero me has visto parar en algún momento de toda la tarde? He preparado la comida, mirado
el correo, preparado el trabajo... —Bueno, pero léetelos. —Que sí, hombre, pero cuando pueda. Unas horas más tarde nuestro protagonista estaba en su cuarto sin nada que hacer y comenzó a
leer El Rey Mono de Tezuka. Era lo más urgente que tenía para devolver. —¿Ahora tampoco te los estás leyendo? —Juan, de verdad, que te lo he explicado ya. No sigas con esto. —No se te puede dar nada a leer. —Mira, yo ya he explicado la situación. Allá tú si no entiendes. —Es la última vez que te busco nada. —Mejor búscate un sonajero o tu bocina y déjame en paz.
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