—¿Qué buscas, Fran?
—preguntó Carolina
Gordal a nuestro
protagonista. —Algo de fruta para
mi merienda, pero
parece que no queda. —Tendrás que estar
tú pendiente de que se traiga la fruta, porque eres el que más la consume. Eres el frutero de
la casa.
Fran se quedó estupefacto al oír aquella afirmación. Básicamente porque echaba por tierra todo
lo que llevaba toda su vida oyendo sobre su relación con la fruta. Incluso cuando le salían
calenturas en la boca en no pocas ocasiones la Tía María Cristina y Carolina le habían recriminado
que eso le ocurría por comer pocos vegetales. Ahora su hermana estaba cambiando todo
aquel relato.
—Joder, Cárol. Me habían llamado muchas cosas, pero frutero... —Pero es verdad. A ti es a quien se ve comiendo fruta por la mañana al desayunar o en la
merienda. Juan y yo tomamos verdura en las comidas. —Bueno, el caso es que ahora no hay y no sé si bajar a traerla. —Pues tráela si quieres, pero a ver si no te comes tantas piezas al día. —De crío vigilabais que la tomara, ahora que no la tome... Aclaraos un poquito, hombre,Fran cogió la bolsa de la compra y bajó a la frutería de la esquina a por naranjas y manzanas,
las frutas que vio con mejor aspecto. Al llegar a casa Juan le reprochó haber bajado:
—Te tengo dicho que cuando hagas compras que no tenga en mente me avises, que se va el
dinero con mucha facilidad. —Sí, hombre. Ahora resulta que las frutas nos tienen en la miseria. —Tienes que controlar tus hábitos al respecto, Fran —intervino Carolina. —Joder, pues al final va a tener razón aquella personita que usaba la fruta para llamar hija de
puta a la gente.
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