Se acercaba el día
de difuntos en
la ciudad donde
vivía nuestro
protagonista. El
Halloween se
hacía muy presente
en niños
maquillados,
padres acompañándolos
disfrazados, escaparates... Pero lo cierto es que era día laborable y Fran acudía
a resolver diversos problemas que se le habían presentado. Así se encontró con unos
descargadores de verdura que llevaban frutas y hortalizas a un supermercado. Pero
Fran se rio mucho observando que uno de los descargadores llevaba una caja de
calabazas e iba maquillado y con una careta sin desmerecer en absoluto a los niños
que había visto durante toda la mañana.
—La verdad es que lo que nos traes es el mejor cargamento para el día de hoy —le dijo el
encargado del comercio donde la llevaba. —Y luego os traeré vísceras y miembros cortados —respondió el cargador poniendo voz siniestra. —Eres como un crío —rio el encargado. —Si es que son más listos que nosotros. Cuando uno puede tiene que pasárselo bien.Fran observaba en silencio la escena. Pensó que después de aquellas calabazas podría llevar
algo de casquería si no fuera porque la furgoneta anunciaba claramente frutas. Pero sobre todo
era agradable ver a un hombre trabajar con alegría. Aunque no era nuestro protagonista muy
fan de Halloween y sus disfraces. Pensó en que él seguramente tendría dificultades para realizar
su trabajo disfrazado, mientras veía niños y adultos disfrutar de ese festejo. Más adelante vio a
un niño sin disfraz acompañado por sus padres y llorando.
—Todos van a ir disfrazados menos yo—sollozaba el infante. —Bueno, hijo, no hemos podido prepararlo a tiempo. Intenta disfrutar y no llores. —Los mayores lo decís muy fácil porque os da todo igual.No era cierto del todo, pensó nuestro protagonista. En fin, parecía que era el momento de
comprar lo que a él sí le gustaba de esta fecha: los buñuelos de viento y huesos de santo. Y
que como dijo el repartidor, cada uno disfrute cuando pueda.
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