—Fran, ¿has tirado la
cuchilla de afeitar
que dejé en el
lavabo esta
mañana?
—preguntó Juan
Gordal cuando
fue al mediodía
a quitarse las
lentillas. —Pues sí —contestó
nuestro protagonista—, obviamente una cosa de aseo que ya se ha usado la tiro.
—Bueno, pues no vuelvas a hacerlo. Yo dejo aquí la cuchilla para varios usos, que no tengo
una barba tan fuerte y no hay que gastar tanto.Nuestro protagonista se sorprendió de la petición de su hermano. Cualquier hombre adulto
sabe lo irritante que resulta y los cortes que conlleva usar una cuchilla varias veces. De hecho
lo ponía muy claro en el paquete de las mismas.
—Juan, mira aquí. Pone desechables. Está muy claro el modo de uso de estas cuchillas. —Bueno, pues yo lo quiero así. No mires las instrucciones del paquete y piensa un poco. —Está bien, pero si te dejas la cara como un mapa yo declino toda responsabilidad.Por la tarde Carolina Gordal se empeñó en hacer una limpieza de varias estancias del hogar y
volvió a encontrar una cuchilla para tirar.
—No, no lo hagas—le advirtió nuestro protagonista— que el nuevo caprichito de Juan es ese. —Pero se va a llenar de gérmenes —objetó Carolina. —Prefiero que haya gérmenes a tocar nada de Juan, ya sabes lo que pasa. Al día siguiente Juan Gordal salía hacia la calle después de afeitarse. Fran le pasó revista: —Muy bien, sólo tres cortes, con tu idea de la cuchilla reutilizable. —Me he hecho cortes miles de veces haciendo lo que tú haces con las cuchillas. —Por supuesto, pero al menos eran limpios y con una cuchilla sin restos de nada. —Y además es más barato. —Claro, pero a la Coralia le explicas tú lo que te ha pasado, que yo no quiero que piense que
te maltrato.
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