Como
cada año en el último mes, la ciudad de nuestro héroe empezaba a
engalanarse. Ya aparecían las tradicionales luces navideñas (aunque
ahora eran de la moderna energía LED), los belenes, el mercadillo de
la Plaza Mayor... Y también ese enorme árbol monolítico que el
organismo de loterías de su país plantaba en la Puerta del Sol. Ya
era momento de pensar en cenas, salidas, regalos... Este año pensaba
en muchos tebeos de la Fnac, en hacer grandes salidas nocturnas con
sus amigos en un claro propósito de conseguir un puesto en la
administración el próximo año, en conseguir al fin su segundo
título universitario... Pero entonces, oyó un pequeño chasquido
proveniente de sus pies. Y cayó en la cuenta: anualmente sus botas
se gastaban y solían enviarle señales de que su primer regalo de
reyes iba a envolver sus pies. Esos cordones a punto de romperse,
esas lengüetas moviéndose, esas plantillas interiores que
comenzaban deslizarse eran ya una tradición navideña como
cualquier otra. Desde luego, para acabar el año alcanzarían, pero
era un alivio que una fecha en que se contemplaba con más
indulgencia el gasto económico soliese coincidir con el ciclo de su
calzado. Y también cayó: mis Jerseys han encogido en la lavadora,
solo tengo de un color, no combinan bien con mis pantalones. D
pronto, veía su mayor temor: que su navidad se invirtiese íntegra
en ropa. Por suerte, al pasar cerca de un establecimiento de prendas
y complementos, vio que sí tenía chaquetas y prendas de abrigo de
todas las que hacían falta. ¿Y aguantarían sus pantalones? Todo
eran incógnitas, pero sí, una vez más la ropa se interponía en
sus proyectos navideños.
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