-¡Venga,
Juan, vamos a pesarnos! -dijo aquel lunes nuestro protagonista.
-Pero
qué ganas tienes. A ver si luego no te llevas un disgusto.
Nuestro
héroe se había mirado al espejo aquella mañana y se veía más
delgado. Además llevaba varios días haciendo los ejercicios
gimnásticos que ambos hermanos se habían marcado, y se iba
sintiendo progresivamente más en peso justo. Por el contrario Juan
aquella mañana no había entrenado y se veía con un gran bulto a la
altura del vientre.
-Ya
tengo dos monedas para el pesaje, Juan -dijo nuestro protagonista en
la farmacia.
-De
acuerdo, yo voy primero -dijo el hermano mayor introduciendo las
monedas en la báscula. Esta escupió el papel-. ¡83.2 kg!-dijo
Juan-. Esto no hay Cristo que lo aguante.
-Bueno
ahora voy yo -dijo Fran y cuando salió el ticket se llevó una
alegría-. ¡107.3 kg! Voy perdiendo.
-Pero
no olvides que tú sigues pesando bastante más que yo -dijo Juan
resentido.
-Porque
soy más alto.
-Y
porque estás más gordo.
-Venga,
Juan, no hay para tanto, que yo haya perdido dos kilos y tú no es
normal con lo que hemos hecho.
-Espérate
a ver si se mantiene, que te veo muy eufórico.
-Bueno,
de momento un primer paso he dado, el más importante al adelgazar:
tener menos tetas.
-Parece mentira, tanto exigírselas a otras personas y tú no las quieres.
-Porque cda persona es un mundo, Juan.
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