Aquel
día toda la familia Gordal Palacios había ido al Retiro por expreso
deseo de Doña Marta que añoraba otros tiempos en los que acudía
con sus hijos entonces pequeños al parque y echaba pan a los peces y
patos de los estanques. Acudía feliz con una enorme bolsa de pan
duro:
-Ya
veis, hijos, que es mucho mejor darles el pan a los peces que no
dejar que se endurezca en casa.
-Pero
ahora además de peces hay también unas tortugas que comen como
limas-dijo Fran-.
En
efecto varios quelonios, semejantes a los de las casas pero de muy
gran tamaño, acudieron al pan de Doña Marta según se reblandecía
y lo mordieron de forma ansiosa.
-Pues
la que tú tuviste, Fran, se alimentaba con carne y pescado, nunca le
dimos pan -añadió Juan Gordal.
-Pues
parece que les gusta -dijo Doña Marta.
-
Igual te equivocaste alimentándola -sentenció Carolina.
-No
-respondió Fran-, no me equivoqué. Es lo que comen de forma
natural. ¿Y casi creció tanto como éstas.
La
familia se embarcó en una discusión hasta que el pan se acabó, y
luego al volver a casa, seguían picando a nuestro protagonista.
-A
ver, Fran, si las has visto devorar el pan y no comerse a los peces
será por algo. Enséñame algo que te de la razón.
Nuestro
protagonista estaba a punto de responder airado cuando vio en el
estanque un espectáculo no muy agradable, pero que en aquel momento
le llenaba: varias tortugas estaban en un esquina del mismo
mordisqueando una paloma muerta:
-Allí
lo tenéis, lo del pan es lo artificial.
-¡Ay,
que cosa más repugnante! -exclamó Doña Marta Palacios.
-Claro,
ahora que se ve que tenía razón, os ponéis tiquis miquis.
-¡Joder,
fran, tuviste un repugnante bicho carroñero en casa! -contestó
Juan.
-No,
tuve un bicho carnívoro al que alimentaba. Y ahora se ve que lo
hacía bien.
-Pero
míralas, tragándose un aa paloma putrefacta y con a saber qué
gérmenes y bacterias... -dijo Carolina.
-Pues
para eso sirven estos animales, para hacer desaparecer esos
cadáveres.
-Bueno,
vámonos -dijo Doña Marta-, que ya he tenido suficiente de esto.
-Claro,
cualquier cosa con tal de no reconocerme la razón.
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