lunes, 4 de septiembre de 2017

La espina de zarza

Diez dio una especie de tropezón en la calle. Juan y Fran Gordal se aseguraron de qu no hubiera sufrido ningún daño, pero seguía andando como si cojease de una pata.

-¡A ver si va a tener que ir a la veterinaria...! -dijo Juan.
-No, déjame que lo examine.

Nuestro protagonista levantó al perro y le miró la pata de la cuál cojeaba. Nada. Pero curiosamente fue en la del otro lado donde le encontró una especia de nudo de rama de zarza que debía hacerle daño al caminar.

-Ya está -dijo nuestro héroe sonriente-. Aquí estaba el problema. Ya no se hará daño.
-¡Pero no lo sueltes desde tan alto, animal!-dijo Juan Gordal.
En ese momento Fran se dio cuenta de que al hacer una especie de gesto triunfal con la mano había soltado al perro desde la altura de su cintura, más o menos. El golpe sonó en el suelo, pero Diez se levantó en seguida.

-Primero le curas la pata y luego casi lo desgracias pero bien.
-Joder, Juan, que tú ya querías ir a la vete. Te he ahorrado 40 euros.
-Pero casi me cuestas el perro.
-Bueno, no ha sido así y le he quitado la espina. Está bien ¿no?
-Sólo entiendes una cosa, se lo voy a decir a Carol.

Fran tembló ante la perspectiva de tener que explicar cualquier brusquedad con el perro a la mayor de los tres hermanos.
-¡Ni se te ocurra! Eso es jugar sucio.
-Así me gusta, hombre. Un tío hecho y derecho que solo reacciona cuando puede enterarse la hermana mayor.
-Pero Juan, si no ha ido a mayores.
-Se enterará y lo sabes.

Los dos hermanos llegaron a casa discutiendo eso mientras Diez los observaba sin entender muy bien aquella situación. Carol tardó una semana no enterarse pero rió. Pero eso no aplacó a Juan que a partir de entonces sometió a nuestro protagonista a una dura vigilancia.

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