Diez dio una
especie de tropezón en la calle. Juan y Fran Gordal se aseguraron de
qu no hubiera sufrido ningún daño, pero seguía andando como si
cojease de una pata.
-¡A ver si va a tener
que ir a la veterinaria...! -dijo Juan.
-No, déjame que lo
examine.
Nuestro protagonista
levantó al perro y le miró la pata de la cuál cojeaba. Nada. Pero
curiosamente fue en la del otro lado donde le encontró una especia
de nudo de rama de zarza que debía hacerle daño al caminar.
-Ya está -dijo nuestro
héroe sonriente-. Aquí estaba el problema. Ya no se hará daño.
-¡Pero no lo sueltes
desde tan alto, animal!-dijo Juan Gordal.
En ese momento Fran se
dio cuenta de que al hacer una especie de gesto triunfal con la mano
había soltado al perro desde la altura de su cintura, más o menos.
El golpe sonó en el suelo, pero Diez se levantó en seguida.
-Primero le curas la
pata y luego casi lo desgracias pero bien.
-Joder, Juan, que tú ya
querías ir a la vete. Te he ahorrado 40 euros.
-Pero casi me cuestas el
perro.
-Bueno, no ha sido así
y le he quitado la espina. Está bien ¿no?
-Sólo entiendes una
cosa, se lo voy a decir a Carol.
Fran tembló ante la
perspectiva de tener que explicar cualquier brusquedad con el perro a
la mayor de los tres hermanos.
-¡Ni se te ocurra! Eso
es jugar sucio.
-Así me gusta, hombre.
Un tío hecho y derecho que solo reacciona cuando puede enterarse la
hermana mayor.
-Pero Juan, si no ha ido
a mayores.
-Se enterará y lo
sabes.
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