-Ayhijoquéaliviocreíaquesemequedabaasílaespaldaperoyanomepicamuchasgraciaspordarmetúla
pomadaporqueyoallínollegabadeverdadquenosabsloquemolestabaycómomehabríasalidosoallíse
notaquelosmédicossaben...
Tres días llevaba Doña Marta
Palacios desde que se le había curado el sarpullido de la espalda
asombrada de su rapidez y facilidad de curación. Nuestro
protagonista, que había ayudado, mejor dicho, había sido la mano
ejecutora del tratamiento siempre respondía lo mismo:
-Pues claro, mamá. Si uno sigue lo
que le dicen los profesionales, en este caso el dermatólogo, uno se
cura antes.
-Puesyollevoañosconlasgrietasenlospiesypormásquememiraelpodólogonosemecierranysiempre
meprescribelomismoperosolofuncionaunosdíasyesoraloquemedabamiedocnlaespalda...
-Claro, porque eso no te l controlo yo
que tengo que dártelo y te lo aplicas unos días y luego lo dejas.
Si hubiésemos dejado la pomada de la espalda en cuanto dejó de
picarte, ya verías cómo hubiese resurgido.
-Sitúlodiceshoymismoempiezoatratarmelasgrietasyestarétodoeltiempquemedijoelpodólogohastaque
semepasenporqueesmuymolestotúnosabeslasuertequetienes...
-Me parece bien, pero si dejas de
dártelo a los tres días se te reabrirá.
Doña Marta mantuvo el tratamiento
algo más de lo que Fran había supuesto, en torno a una semana, pero
después abandonó. Las grietas se reprodujeron:
-Mamá, si el podólogo te dijo tres
semanas, deberían ser tres semanas.
-Ayhijoperoesquecuestamuchoserconstanteestoesunrolloyencuantoaunodejademolestarleseolvidadel
tratamiento...
-Pues entonces ye acabarán llegando a
las rodillas. Mira cómo y siempre he sido constnte con mis
tratamientos.
Al poco de decir esto nuestro
protagonista se volvió y encontró un paquete de pastas que la tí
Maria Cristina había traído. Cogió una con confianza, se la llevó
a la boca, y cuando luego vio un bote de Nocilla no resistió la
tentación y se la untó en pan. Juan gordal le echó una bronca:
-Pero mira que eres canalla y gordo.
¿Y la dieta qué?
Fran, que sólo entonces recordó que
se había puesto a régimen y no podía interrumpirlo sintió que se
le caía la cara de vergünza. Había perdio toda legitimidad para
echar broncas a Doña Marta. Acertó a decir casi tartamuedando:
-Lo...siento. Es verdad...Vaa ser...
verdad que cuesta seguir... ¡Bueno, Juan, a partir de ahora vigilas
tú que mamá y yo cumplamos.
-Ni que fuerais críos. Aprended a
controlaros un poco. Mira cómo yo he dejado de …
También Juan se interrumpió al decir
que habí.a dejado de fumar recordando el cigarrillo de la noche
anterior.
-Está visto -sentenció nuestro
protagonista-, que es más fácil vigilar los tratamientos de otro
que seguirlos uno.
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