¡Como si pudiera ser par otra cosa!,
pensaba nuestro protagonista. Aquel ser extremadamente delgado, con
una barba mal afeitada, un chándal con más de un roto y varias
pústulas de diversa extensión era con ese aspecto más elocuente
que cualquier cosa que pudiera decir o cualquier carta de
presentación que mostrase. Y por si eso fuera poco, su confesión al
pretender excusarse. Y su hilillo de voz habían despejado todas las
dudas. Desde luego, nuestro protagonista no estaba dispuesto a
pagarle el chute de aquella noche. Mientras se alejaba vio a una
señora de cierta edad soltarle un par de monedas. Fran se sintió
por un momento indignado, viendo cómo el vicio de un yonqui se
llevaba dos monedas de una mujer que sin parecer una mendiga, tampoco
parecía estar muy boyante. Frn pensaba en que solo unas horas antes
en aquella misma plza el sí le había dado dinero a un hombre
desfigurado y con mala cara que sí tenía aspecto de necesitarlo
realmente. Toda la tarde se hubiera quedado de mal humor rumiando
contra los yonquis, si no hubiese pasado a su lado un coche con una
canción de Ray Charles a todo volumen. Porque poco antes había oído
hablar de lo mal que lo pasó el cantante por una adicción al
caballo y que era un genio antes y después de superarla. Y eso le
recordó que los yonquis después de todo eran dignos de lástima.
Porque no dejaban de ser seres humanos que habían caído en algo muy
malo. Desde luego no había que darles dinero para su destrucción ni
tolerar que algunos cometieran delitos movidos por el “mono”.
Pero el mismo aspecto que los delataba a los ojos demostraba lo mal
que lo estaban pasando. Y muchos de ellos, seguro que tenían
momentos de lucidez en que lo pasaban muy mal pensando en cómo habán
llegado a aquello y lamentándose. Fran había oído muchas veces en
la tele que diner n se les debe dar, porque llega un momento que no
pueden dominar el mono y lo gastarán en drga. Y estaba d acuerdo.
Pero seguía pensando que necesitaban ayuda. ¿Alguien sabía qué se
podía hacer al respecto? pensó nuestro hombre durante el retorno a su casa, mientras tarareaba la pegadiza "Hit the Road, Jack" de Ray Charles.
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