Nuestro protagonista observó a aquel motorista. Se bajó del vehículo y extrajo de su equipaje un documento que mostró al dueño de un bar. Éste le dijo que esperara, que tenía que comprobar algo. Y Fran observó como el motorista mientras esperaba puso sobre el asiento de su moto su chaqueta, un bloc de notas, pidió una bolsa en el local... Acabó por llamar la atención a los del bar, que le preguntaron qué estaba haciendo:
-Es que dejando esto al sol, luego no sabéis cómo me quemo el culo y las pelotas -explicó.
Aquello provocó las risas de los del local y el asombro, a la vez que el regocijo de nuestro protagonista. Nunca había pensado en aquel problema cuando veía a mensajeros, repartidores y profesionales similares buscar resquicios para pasar con sus motos, colocarse el casco, acomodar enseres en una moto, que aveces hubiera sido mejor coger una furgoneta... Parece ser que lo que más les molestaba era otra cosa.
-¡Joder, y nosotros quejándonos por cargar cajas de bebidas! -dijeron los del bar.
-Cada profesión tiene lo suyo.
Nuestro protagonista recordó su trabajo en archivos, colocando y numerando documentos,donde lo peor era si acaso la monotonía. Y sus días de teleoperador, donde tenía que prestar atención a ofertas de productos que le importaban una higa. Ése, ése creía nuestro protagonista que era el peor trabajo que había hecho, soportando además broncas de gente que, de modo inevitable, notaba su desgana.
-Cuando estaba en la FNAC en el almacén solo con los libros sí que me lo pasaba bien -dijo el repartidor al dueño del bar cuando volvió y le firmó el papel que le mostraba.
-Que te sea leve. Por eso monté un bar. Lo peor es que estos vagos no curren -dijo el jefazo entre risas.
-No se ha calentado mucho, por suerte -dijo al sentarse el motorista.
Y que no se mate ahora, pensó nuestro protagonista, que es lo que siempre me había acojonado viendo su trabajo desde fuera. Por lo menos tendrá el culo y las pelotas bien.
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