Aquel día nuestro protagonista no entendía cómo era posible
que aparentemente sus zapatos hubieran encogido de aquella manera.
Pocas veces había tenido un zapato que le mordiera, pero de golpe
vio lo molesto que era. Justo además un día en que tenía que
moverse por varios puntos de la ciudad. Había acudido a una
entrevista de trabajo, a ver a la tía Maria Cristina, a comprar unos
cómics... Al principio del día había cogido sus mejores zapatos,
que le molestaron un poco en el momento, pero Fran creyó que a lo
largo del día se le pasaría. Sin embargo, por la tarde, incluso
debió sentarse en un banco un minuto.
-Joder, se te ve pálido y sudoroso. ¿Cómo no te has dado
cuenta? -le preguntó Juan Gordal.
-Yo no entiendo esto, estos zapatos me han servido un huevo de
años sin ningún problema.
-Pues ahí lo tienes, varios años. Ya no dan más.
-En todo caso estoy entendiendo las torturas antiguas que
consistían en machacarte los pies de alguna forma.
-Y los chinos lo hacían para reducirles el pie a las mujeres.
Les parecía hermoso.
-Yo soy más de medievo occidental y se inventaron varios
enseres para torturar con los pies. Como zapatos con pinchos de
metal.
-Tú al menos no llevan pinchos.
-Bueno, vamos a seguir.
Nuestro héroe se puso en marcha, estaba molesto, pero pensar en
acercarse a casa y quitarse aquellos zapatos le daba ánimos. Pensaba
en que debía deshacerse de ellos tras aquel día, en que compraría
otros, en que cada paso estaba más cerca...Y por fin llegó. Se quedó
un rato sentado observando los tebeos que había comprado y reposando
sus pies en alto. Luego se puso las zapatillas de casa, y aquel día
la diferencia era tremenda.
-La verdad es que yo iría siempre a todas partes con zapatillas.
Soy más de comodidad que de elegancia.
-Bueno, tendrás que coger unos zapatos que siendo elegantes no
te hagan daño -dijo Juan.
-Ayhijospuesyollevoconestaszapatillasañosynuncahetenidoningúnproblemaperoaversivoyyaala
tiendaporquemeestoyquedandosinellasytampocoquieroirdescalzaperoiréamitiendameprobarévarios
túsabrássivienesonoyoyanopuedoanadarconesto... -dijo Doña Marta
Palacios.
-¡Qué burradas haces siempre, mamá!
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