Allí estaban. Fran
los observaba. Si
normalmente comprarse
ropa era una de las
cosas que menos
le gustaba hacer
a nuestro protagonista,
con la pandemia que sehabía abatido sobre su
planeta era todavía peor.
No recordaba su talla de pantalones y no sabía si podría pasar a probárselos. Al cabo de
un momento el dependiente de aquellos grandes almacenes reparó en él:
—¿Desea usted algo?—Pues buscaba unos pantalones, pero no sé si me los puedo probar con la situaión de pandemia.—Sí, claro. No se preocupe que aquí se desinfecta todos los días.—No si no es eso es que...—Por cierto, esos son muy grandes así a ojo para usted. Pruebe estos.
Nuestro protagonista no quería que pensaran que no se fiaba del establecimiento, es que era unarestricción común en aquellos tiempos que los probadores estaban fuera de funcionamiento. Peroviéndose con aquellos dos pares de pantalones en dos colores solo pensó en acabar cuanto antes.Pasó dentro y se los probó. Por suerte eran bastante cercanos a su talla, lo que agradeció al dependiente,porque durante toda la operación no dejó de pensar en trastear con ropa, en si otros se los hubieranprobado...
—Son 64 euros los dos —dijo el dependiente.
—Aquí tiene, ha sido muy amable —respondió Fran mientras de fondo los altavoces del establecimiento—Aquí tiene, ha sido muy amable —respondió Fran mientras de fondo los altavoces del establecimiento
no dejaban de repetir que se evitara en lo posible el pago en efectivo.
Después de aquello un metro bastante atestado le reafirmó en su sensación, seguramente exagerada,
pero no por ello menos desagradable de estarse rebozando en virus. Cuando entró en su casa Doña
Marta le preguntó:—Holahijoquétalhaidohaspodidocomprarteloquenecesitabasmealegrodequelohayashechoaveresospantalonesquetehacíanfaltaquieroverteconellosademástúmismoseeguroquetambiéntesientesbienytehabráscompradounosmáspequeñosporquehasadelgazado...—Ahora te cuento, mamá, pero por favor, apártate —dijo nuestro protagonista mientras corría adesinfectarse como cada vez que en esa época uno venía en casa de la calle.
—Holahijoquétalhaidohaspodidocomprarteloquenecesitabasmealegrodequelohayashechoaveresospantalonesquetehacíanfaltaquieroverteconellosademástúmismoseeguroquetambiéntesientesbienytehabráscompradounosmáspequeñosporquehasadelgazado...—Ahora te cuento, mamá, pero por favor, apártate —dijo nuestro protagonista mientras corría adesinfectarse como cada vez que en esa época uno venía en casa de la calle.
Fran no efectuó una desinfección normal, algo de por sí largo y molesto, sino que tal y como se sentía
se duchó, dejó en una habitación aparte los pantalones, se quitó la ropa que llevaba... Y sí, su
conclusión fue clara: comprar ropa en época normal era pesado y molesto, pero en pandemia era un
auténtico castigo.
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