―¿Pero qué cojones es esto?
―preguntaba Juan Gordal
saboreando aquella dorada. ―Bueno, ya está el llorón
―respondió nuestro protagonista. ―Hijoyohepreparadoestepescadocomotúmehasdichotodoelratopensabaenloquemehabíasindicado creoqueteníabuenaspectoyaltraerloalamesapensabaqueestababienperotúahoraparecequelorepudiasno sécomoacertarcontigo... ―No es culpa tuya, mamá. Es que este pescadero se ha dejado las escamas sin quitar ―No habrá para tanto ―dijo Fran―. Trae para acá que lo pruebe.
Nuestro protagonista se sirivió uno de los filetes de la dorada y lo probó. En efecto tuvo que apartar
varias escamas y espinas que hicieron la experiencia desagradable aunque el sabor era bueno. No era
la primera vez que tenían un problema con aquel nuevo empleado del supermercado.
―Yo casi estoy por no volver hasta que aprenda ―comentó Juan Gordal. ―Conlobienquelohacíalaperuanaquehabíaantesolarubiaalomejordeberíamosdecirlealgoaesteseñor nodeberíanponerlosahísinenseñarlesacualquieradeberíaninstruirlounpocoantedeponeralagenteatratar lacomidadelosdemás... ―Además nos las cortó en filetes, que no era lo que le habíamos pedido ―añadió Fran. ―Pero eso es lo de menos. Si los hubiera limpiado bien serían muy buenos. Porque el sabor sigue
siendo el mismo. ―Mamá los ha preparado bien. ―Buenohijosmenosmalyohehecholoquehepodidoaversiospasobienlascomidasquevosotrosestáis siemprepreocupándoosdetraerlamejorcomidaposibleyonohehechomásqueloquemehabéisdichome gustaprepararla...―dijo Doña Marata Palacios mientras los dos hermanos la miraban asombrados de
que estuviera masticando y paladeando aquella dorada sin apratar las escamas ni hacer ningún gesto. ―Nunca dejará de sorprenderme, Juan ―sentenció nuestro protagonista.
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