viernes, 8 de octubre de 2021

Pero entonces, ¿hay que protegerse o no?

 

 

¿Qué te debo? —preguntó
nuestro protagonista tras
 consumir aquel  tercio.Dos cincuenta —respondió
 el camarero.

 Fran había tenido en aquel bar
 la sensación extraña de los 
últimos tiempos pandémicos.
 Por un lado se habían levantado
 todas las restricciones y Fran 
se había tomado aquel refrigerio
 apoyado en la barra, pero por otro
 lado el camarero y varios clientes estaban dentro llevando la preceptiva mascarilla, sin atreverse 
a deshacerse de las últimas precauciones contra el virus que atenazaba el mundo de nuestro
 protagonista. Esa  misma sensación la tuvo en el metro donde todo el mundo se apelmazaba ya
 sin miedo, quitándose las mascarillas, salvo algunos pasajero irreductibles que incluso hacían
 ostensibles esfuerzos por separarse del resto del vagón. Al llegar a casa Doña Marta Palacios le
 comentó ota de las particularidades de aquel momento:
Ayhijoquemehallamadomihermanaymehaechadolabroncaporquedicequenodeberíamosiralcine
quenosestamosexponiendoqueestotodavíanosehapasadoyqueahoraquierequeveamosenlateleuna
películafeancesaqueellaconoce...No hay quien entienda a tu hermana. En lo más jodido de la pandemia queriendo salir y pasearse
 y ahora tomando precauciones que ya casi nadie toma.
 Poco después Doña Marta se metió en la cocina y oía de fondo la radio, que daba también noticias
 contradictorias, por un lado la bajada de la incidencia de la pandemia, pero por otro una cierta 
alarma de que la gente diera el mal por superado y, por ejemplo, hubiera grandes botellones en los 
parques o las afueras de las ciudades del país. 
Al final, cada uno toma las precauciones que le salen del forro de los calzones —dijo Fran—. Era
 así en la pandemia, pues más aún ahora que nos confunden a todos con sus contradicciones. 



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