viernes, 12 de noviembre de 2021

En la casilla número 0

 


En una pausa del trabajo, aquella compañera le mostró a Fran aquel video de su móvil. Ella se reía y repetía:


Mira el video de este mono, bailando el hula-hop.

De cría yo jugaba así.


Fran sintió de pronto emociones muy diversas. En un
primer momento de ira hacia aquella mujer vino
a su cabeza, aunque casi con igual rapidez recapacitó y no era ella la responsable. Si sintió asombro
por el hecho de que en el primer mundo aún alguien riera con números de animales salvajes haciendo
juegos y números aparentemente graciosos para los humanos. La ira, y las ganas de hacer una
barbaridad muy gorda de Fran se volvieron hacia ciertas personas a las cuáles no conocía y deseaba no
llegar a conocer nunca: el autor de aquel video y el propietario del macaco que lucía con ese aro
sobre su cintura. Fran sabía perfectamente que a los animales salvajes “amaestrados” se los adiestra
de una forma muy clara: a base de palos, dolor y terribles palizas. Precisamente había visto hacía
poco un ejemplo con un macaco como aquel. Y aunque pudiera ser cómica la pose de ese mono
en el video, nuestro protagonista no tenía la menor duda de que para llegar a aquel minuto y
medio de vídeo había habido un recorrido de meses, o quizás años de pegar palizas a aquel animal.
Expresó su punto de vista intentando ser correcto y no dar mala impresión:

A mí eso no me hace gracia. ¿Tú sabes la cantidad de hostias que hay que darle a un mono para que
 haga eso? 
 Su compañera se asombró y dijo:Parece bien de salud y cuidado.

Entonces Fran comenzó una explicación de diez minutos. Intentó suavizar su discurso y ser claro,
respetar a su compañera, que por sorprendente que pudiera ser aquel año parecía desconocer en
serio lo deleznable de aquellas prácticas, reprimir su ira... Al final le pareció que había salido airosos
del trance, pero se fue a casa con una impresión muy dura. Nuestro protagonista creía que al menos
en el primer mundo ya se sabía la verdad de los números circenses y de variedades con animales
amaestrados, pero parecía que aún había quien lo ignoraba. Él creía que ya este tema estaba
superado, y que nadie reiría esa gracia, que ahora ya la prioridad de animalistas y verdes debía
virar hacia otros temas. Pero no, algo tan básico, por lo visto seguía ignorándose. Y empezó a ver
que el futuro de su planeta pintaba muy negro si aún alguien reía con monos bailando el hula-hop.





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