Fran y Juan Gordal andaban por aquel mercadillo a duras penas. Entre los puestos de comics,
ropa barata y antigüedades mejor o peor conservadas de diversa índole y de mejor o peor
gusto se movía una muchedumbre que volvía en verdad difícil dar el más pequeño paso.
—Vigila bien, que aquí es fácil perderse —dijo
Juan a su hermano. —Bueno, que ya somos mayorcitos. ¿Qué va a
pasar? ¿Que aparezca un monstruo? —Creo que ni cabría aquí. —Igual se lo...Fran se interrumpió. Notó que algo húmedo rozó su antebrazo entre el gentío. Al bajar la cabeza
vio a un enorme perro gran danés que intentaba pasar su corpachón por los espacios vacíos que
quedaban entre el gentío, quedando con frecuencia su enorme corpachón retenido entre la multitud.
—Parece que sigue a ese hipster que va delante de él. No lo lleva atado ni nada —dijo Juan Gordal. —Joder, pues yo no hubiera metido aquí a un perro ni del tamaño de Diez. Mira cómo va, es que se
lo ve incómodo. —Y encima seguro que alguno lo pisa —Es verdad, que venir aquí en chanclas es terrible. Imagínate con cuatro pies descalzos. —Parece mentira la calma que mantiene el pobre bicho. El enorme perro casi desmontó un tenderete al seguir a su amo, que parecía no reparar en él y no
lo esperaba. —Bueno, no llega a ser un maltrato, igual ni se daba cuenta de lo que suponía para ese bicho meterse
aquí, pero espero que no lo vuelva a traer —dijo Fran. —Sí, que ha jodido al perro y a la gente metiéndolo aquí —sentenció Juan.
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