Estaba nuestro protagonista
intentando acabar aquel
formulario para su nuevo
trabajo cuando de
pronto sonó otra vez
ese pitido. Otra vez
Juan estaba con aquella
bocina del tipo antiguo, pera
que se aprieta y trompetilla jugando a molestar. Fran montó en cólera y respondió: —Juan, en serio. ¿Qué tienes? ¿Cinco años? Ese juguetito no da más de sí. —¡Cómo te pones por nada! Venga hombre. Es cojonuda —contestó Juan riendo. —Es que una vez tiene gracia, pero ya se lo has hecho a mamá, a Carolina, a mí varias veces... Lo de
Carolina de esperar a que estuviera dormida para soltarle el pitidito en el oído era la leche. —Todos igual. Con lo buena que es la bocina. Yo no sé si tú las habías visto. —Juan, eso ha existido de toda la vida y ahora es para niños pequeños. No creía yo que vería a un
tío de tu edad pillar esa perra. Y por cierto, mientras escribo esto no hago lo del curro y hay que
mandarlo cuanto antes. —Sí, eso, ponme a mí como excusa para no cumplir con tu obligación.Nuestro protagonista sintió unas enormes ganas de dar una bofetada a su hermano, pero
se contuvo. Volvió a concentrarse en escribir sobre sus datos de seguridad social,
su DNI, su experiencia previa, cuando, de pronto, Carolina Gordal entro en casa y
la bocina volvió a sonar.
—¿Todavía con eso, Juan? —respondió Carolina—. Pareces un niño de ocho años. —Fran ha dicho exactamente lo mismo —contestó Juan riendo. —No, yo dije cinco años. En todo caso, la bocina, en defensa propia de los de esta casa, se va a
ir a la basura en cuanto tenga ocasión. —Ponte a hacer lo del curro, vago —dijo Juan. —Ahora encima no puedo, porque no me concentro pensando en lo que haría contigo —sentenció
nuestro protagonista.
No hay comentarios:
Publicar un comentario