miércoles, 1 de mayo de 2024

El trámite

 


Había llegado el momento decisivo. Aquel momento había sido esperado, pero también muy
temido por nuestro protagonista. Preparó la bolsa con el equipaje que iba a llevar a
esa misión, por llamarla de alguna manera. Mientras bajaba las escaleras de su casa
vinieron a su cabeza miles de pensamientos y arrepentimientos. No debió dejar que se
produjera aquella caída. Debió cuidar mejor aquel préstamo. No debió agarrarlo de esa
forma. No debería haber tardado tanto en afrontar las consecuencias... Pensamientos
que se iban intensificando a medida que se acercaba a su destino, donde todo había
empezado. Ahora debería encarar el castigo ante aquellas autoridades. Tampoco esperaba
sufrir ningún daño ni castigo grave, pero sí una reprimenda y una humillación molesta de
encajar. Al llegar a su punto de destino decidió que antes de encarar algo tan
desagradable se tomaría un trago al menos y bajó a aquel chino a por una tónica. Mientras
se la tomaba pensaba en lo agradable que era el sabor levemente amargo de aquella bebida
y lo desapacible que iba a ser el amargor de su castigo. Observó por última vez el
paquete que llevaba. Que si debía haber tenido más cuidado, que si debía haberlo agarrado
de otra forma. Los pensamientos que volvían una y otra vez en su cabeza. En la
escalinata de aquel edificio público la gente pasaba a llevar sus préstamos y a hacer
sus trámites. Todos lo realizaban de forma rápida y sin parar. Fran observó que algunos
ya miraban hacia él, y pensó que sería porque su comportamiento era ya extraño. No
quedaba otra, había que armarse de valor y entrar. Así que Fran subió las escaleras
del vestíbulo de la biblioteca con aquel cómic que se le había caído y consecuentemente
se le había medio desprendido una tapa. Lo entregó con una mezcla de vergüenza y
arrepentimiento, esperando una reprimenda desagradable. Pero el bibliotecario pasó el
libro por el scanner y simplemente le dijo:

Ya está devuelto, muchas gracias.

Fran respiró aliviado, preguntándose si realmente al bibliotecario no le había importado aquel
desperfecto en el cómic o ni había reparado en él. En todo caso había cumplido, y no dejaba de
haber pasado su penitencia por aquel accidente con todos los pensamientos rumiativos que hemos
descrito. Se prometió que no volvería a ocurrir y que si ocurría arreglaría el fallo como pudiera.
Porque vale la pena cuidar lo público.



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