Nuestro protagonista se levantó con un sobresalto aquel día: llovía a mares, y una de sus botas de
lluvia mostraba la suela separándose del resto. Con la perspectiva visible por la ventana, eso
asustaba. Pensó en ponerse las botas normales, pero estas eran de cuero simple, y no sabía que tal
responderían a la lluvia. El resto de su ropa sí estaba bien: chubasquero en orden, jersey en orden,
pantalones bien... Sin embargo, puede que las botas, en contacto con los charcos fuesen lo más
importante. Juan que se había levantado le vio preocupado y le preguntó qué tenía en la cabeza.
-¡Joder -dijo-, no acaba uno nunca de tener la ropa en orden!
-¡Cómo odio los asuntos que tienen que ver con el vestir!
-Bueno, ahora en navidades, los Reyes podrían traerte unas botas nuevas.
-Eso sí -admitió nuestro héroe-, bueno salgo a la calle.
En la calle, nuestro protagonista comprobó que las botas no calaban y no se mojaban los calcetines.
Sin embargo, la puntera hacía un efecto desagradable en el pie al pisar. Sí, aguantarían hasta navidades,
pero había que pensar en el recambio.
-¡No hay manera de pasar un invierno tranquilo! -pensó. Y además de acuerdo con su experiencia,
empezaba una prenda y luego se romperían todas las demás. ¿Habría que gastarse de nuevo una
importante suma en ropa por mucho que los Reyes estuviese próximos?
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