-Pues la verdad, yo no quería pelearme con tu amigo, pero no sabía que aquel chico era su novio y yo
quedé con él -decía a voz en grito aquel homosexual por el móvil. Su tono y su deje de voz ya habían
dejado entreverlo antes, pero ahora confirmaba su condición sexual.
Fran, que había reparado en aquel personaje, no dejó de oírlo. Desde hacía diez minutos, aquel ser enano,
con unas lentillas de ojos de gato, tatuado por todas partes, con un piercing grotesco en la nariz y
arrastrando una enorme bolsa rosa con dibujos complicados de describir estaba centrando su atención.
Además, no paraba de hablar por un móvil más grande que él y a un volumen que todo el vagón de metro
no dejaría de oír. Encima resultaba que perdía aceite. Bueno, pensó Fran, la verdad es que aunque sea tan
discreto como una ambulancia no se ha metido con nadie. Un hombre no pensó lo mismo.
-¡Qué asco, ahora todo está lleno de sarasas! -exclamó aquel viejo antes de soltar una retahíla
incoherente de homofobia y senilidad.
-No diré nada en respeto a su edad -dijo con su voz el extraño individuo.
Nuestro protagonista observó la escena sin intervenir, y en sus adentros pensó otra cosa: “¿Que sea
maricón le recrimina el viejo? ¡Pero si eso es lo más normal de este ser! Si parece un maarciano.
Sí, este hombre está senil.”
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