-Aquí
tiene -dijo Fran mostrando en la piscina su abono.
-Me
has dado la tarjeta de los transportes -dijo el celador-, busca la de
la piscina.
Fran
se ruborizó levemente, porque no era la primera vez que le pasaba.
Le recordaba al chiste recurrente de los tebeos de Superlópez que
leía cuando era crío, que Juan López, la personalidad secreta del
héroe siempre pedía en el bar donde desayunaba “un billete para
el Masnou de ida y vuelta”, y luego se equivocaba y pedía en el
metro “un café con leche y un croissant”. Tanto el camarero del
bar como el taquillero del metro ya le conocían y se lo pinían bien
de primeras. El caso es que una vez le dio la tarjeta de la piscina,
ya no se lo pudo quitar de la cabeza en todo el día. Más tarde en
el metro lo tenía muy presente en su cabeza pero la tarjeta
magnética no le daba paso a el suburbano. Miró y...¡En efecto!,
había sacado la tarjeta de la piscina. Y bueno, esta vez era con las
dos que más usaba. Pero llevaba en su cartera tarjetas de snidad, de
bibliotecas, del cajero... De hecho hacía poco el cajero le había
rechazado también la tarjeta de la piscina. Y no había manera de
aclararse con ello. Aún pensaba en esto nuestro héroe, cuando Doña
marta Palacios le preguntó qué quería de cena:
-
Ten la tarjeta -dijo sin pensar.
-¿Cómo
dices hijo?
Fran
rompió a reir. Por fin había hecho el chiste de Superlópez
completo. Ahora sólo faltaba decirle a un revisor de los que a veces
hay en el metro “dos huevos fritos con arroz”.
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