-¿Pues
qué hacemos ahora? -dijo Fran-. Ahí no está la tarjeta.
-Bueno,
para una vez que tú tienes algo de pasta, no te vas a morir por
usarla le respondió Juan.
-Pero
tú sabes que odié ese trabajo, que las pasé putas para ganarlo. No
quiero gastarlo en esto.
-Bueno,
Fran, aquí el dinero que traigamos es de todos.
-Sí,
sobre todo el que traemos mamá y yo.
Fran
debió rendirse a la evidencia, el dinero no era solo para sus
caprichitos. Precisamente ser capaz de ganarlo implicaba que uno ya
no era un crío que pudiese gastarlo a su antojo. De modo que sacó
20 euros de su cuenta y trajo ingredientes para elaborar una pasta. A
la carbonara estaba muy buena, y ambos hermanos lo disfrutaron. Pero
no dejaron el tema de la economía familiar.
-Me
ha parecido muy cruel que digas que el dinero que traéis mamá y tú.
Tú sabes que me esfuerzo.
-Depende
de a lo que llames esforzarse. Tú escribes lo que te mola y de vez
en cuando te echan pasta. Yo estuve casi un mes yendo casi todos los
días a una tarea que obraba para ganar una mierda, que no puedo
ahora gastar a mi gusto. Hay muchas cosas que me compraría antes que
los macarrones.
-Pues
todo lo que yo ganara sería para mamá y para ti sin duda.
Más
tarde llegó Doña Marta Palacios, y se disculpó por su fallo de la
mañana. Había dicho que les dejaría la tarjeta bancaria y se la
había llevado.
-Te
devolveré lo tuyo, hijo.
-No,
no pasa nada mamá- Ahora vamos a salir Juan y yo, y supongo que
tomaremos un doble.
-Ya,
para eso no te importa gastarte tu pasta ¿verdad?
Fran
se dio cuenta de lo jodido que era cuando lo que es justo molesta a
uno. Sí, su dinero debía servir para toda la casa, pero él lo
quería para otros fines. La economía de los adultos era molesta y
encima había que pasar para ganar cada euro lo indecible. Pero algún
trabajo habría que le gustase hacer. Era cuestión de encontrarlo.
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