Aquel
parecía el momento más duro para nuestro héroe de los que le eran
cotidianos. Era solo un minuto, era necesario, era peor pensarlo que
hacerlo... Pero diez minutos llevaba desde que había reunido la
esponja, la toalla... Se había dispersado varias veces. Primero
pensando qué se iba a poner, luego llendo al baño, luego
afeitándose... Por lo menos, pensaba, había sido haciendo cosas
productivas, no de esas que se distraía leyendo historietas, mirando
en el ordenador … ¡Un momento!, pensó, aún no había leído la
columna de Alfredo Relaño en el AS. De modo que se fue a su curto,
buscó, leyó opinó, pensó, y de pronto cayó en la cuenta que
seguía sin ducharse y enfriándose. Ya no podía esperar más,
apretó los dientes, se dirigió a la ducha, pero una vez más
encontró un fallo: no tenía botas para después de la ducha. Y mira
que una cosa tan sencilla como coger las botas y preparárselas la
alargó grandemente: colocó una estantería, limpió y entonces
otros cinco minutos habían pasado. Pero al final, todo esto no era sino alargar el tormento y retrasar lo inevitable.Esta vez sí, se dirigió a la
ducha, abrió, encaró el agua, se enjabonó frotó, y con un poco de
tiritera, se secó y se vistió. Una vez listo para la calle se
sentía mejor, lo había logrado, ahora el resto del día sería
msfácil, aunque como siempre con l misma reflexión: Mañana el
mismo fregado.
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