Unos
días después de tomar los callos fatales, Juan Gordal también
enfermó del estómago. Como era habitual en él, enfermó con
especial virulencia. Casi no podía levantarse de la cama, y las
pocas veces que lo hacía no parecía ser capaz de más que vomitar y
de ir al baño.
-Joder,
qué mal me encuentro. Hoy paso de comer.
-Es
lógico -dijeron Doña Mrta Palacios y Fran-, pero algo tendrás que
tomar. ¿Quiéres que te traigamos algo?
-Sí,
Acuarius.
La
bebida isotónica, como Juan había supuesto, le mantuvo hidratado y
bien. En un solo día, ya pudo levantarse.
-Joder,
los callos esos estaban decididamente malditos. Hoy comeré poco
-dijo Juan, y a la hora de la comida lo concretó trayéndose un
brick de caldo.
-Bueno,
bien pensado, que todavía no estás par muchos trotes.
El
caldo ayudó a Jun a recuperarse y aquel día tomó alimento. Pero a
alguien no le gustó la idea:
-¡A
quién se le ocurrirá traer un caldo de sobre, con lo bien que se
preparan en casa! -dijo Doña Marta Palacios al día siguiente cuando
buscaba leche para el desayuno y apareció el brick.
-Lo
sabía -pensó Fran en voz alta -. Hombre mamá, no había
ingredientes y juan...
-¡Pues
me los pide a mí en vez de hacer la paletada! ¡¿Pero vosotros
creéis que tenemos sitio aquí para algo así? ¿Y que se puede
consumir? ¡A quién se le ocurrirá!
-Joder,
mamá, no creo que sea tan horrible cuando hasta en Lardhy lo
venden.
-¡Pues
os vais a Lardhy! En mi casa no se toma eso.
-Pero
mamá, si ya se ha consumido casi y le ha venido muy bien.
-Yo
no sé cómo se os ocurren estas cosas.
Al
oír la bronca, Juan se levantó y explicó a Doña Marta la
situación.
-¡Y
para curarte la tripa se te ocurren cosas de fuera! ¡No cabe en
cabeza humana!
-Joder,
mamá, no hay para tanto -dijo Fran-, se trae de fuera todo. Y el
caldo es más cómodo sí que preparado...
-¡No
me vengas con esas! ¡Nunca se ha hecho! Se trae una gallin, cebolla,
y puerrros y...
-Es
lo mismo, pero de fuera. Es como el puré de patatas, el tomate
frito...
-¡¿Y
me véis que yo lo traiga?! Me dejáis perpleja.
-Sí,
es verdad, nos lo traemos nosotros.
-Y
dejáis aquí los envases, y...
-Bueno,
mamá, pues hazte tú también el aceite de oliva.
-¡Claro
que lo haría! Cuando tenga dinero me podré una almazara y nunca,
NUNCA, traeré nda de fuera.
-¡Joder
lo que es el prejuicio! -dijo Fran.
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