Como
si fuera una premonición, todo empezó cuando Doña Marta preguntó
a Fran si había llegado a caerse alguna vez con la bici:
-Yo
es que no comprendo cómo en solo tres días la dominaste y sin
ningún problema.
-Bueno,
tampoco tengo todavía mucha práctica y en algún momento supongo
que me caeré, pero si uno fuese con miedo a los accidentes, al final
no haría nada.
-Lo
comprendo, pero a mí, por ejemplo, que se me despellejen las
rodillas me parece horrible. Será porque me la he esguinzado varias
veces.
-Mamá,
uno no puede ir pensando en ello.
-Bueno,
llévate estas camisas que te he planchado a tu cuarto.
Fran
lo hizo y al abrir la puerta de la habitación tropezó con la rueda
delantera de la bicicleta. Las camisas volaron y se arrugaron de
nuevo, y nuestro héroe cayó de rodillas. Se levantó sintiendo un
escozor en las mismas que no recordaba desde muy crío. No sabía si
de adulto había llegado a caer de aquella forma.
-¿Ves,
hijo? ¿Te has hecho daño?
-Puedo
soportarlo -dijo nuestro héroe aún escocido-, pero ya ves, voy y me
caigo con la bici sin montarla. ¡Es la leche!
-Ponte
hielo en las rodillas, hijo y mira que cuando te digo las cosas es
por algo.
-Bueno,
yo lo que veo es que sin montar también te puede pasar y uno no debe
tener miedo.
-Sí,
pero ahora estás dolorido y te has tenido que tragar las palabras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario