Todo
empezó una tarde en que nuestro héroe metió la mano en el
bolsillo, y encontró su cartera entreabierta y las monedas rodando
por el bolsillo. Sacó la cartera y vio que ya no cerraba bien.
Bueno, habría que comprarse otra. En un primer momento pensó en
comprar una buena en la tienda de deportes de su barrio, pero cayó
en la cuenta de quizás así le costase más que el dinero que
pudiese meter dentro. Se decidió y bajó a los chinos de su calle y
miró las que tenían allí. Había de muchos tipos, pero no lo que
él necesitaba: las había que estaban pensadas evidentemente para
chicas jóvenes con dibujitos y estrellitas, tipo cartera de señora
mayor, y de cuero negras, lo más parecido a lo que él buscaba, pero
de tamaño mucho menor. Nuestro protagonista se debatía entre pillar
una de éstas e intentar guardar en ella sus cosas o esperar hasta
principio de mes y pillar una normal. Viendo la molestias de las
tarjetas y monedas rodando por el boslsillo se decidió y la compró.
Y entonces empezó una absurda lucha por encajar sus pertenencias en
la tercera parte de espacio en la nueva cartera. Se dio cuenta de que
le hacía un bulto muy malo en el pantalón, y que aun así no podía
meter todo. No había otra, habría que comprar una normal en cuanto
fuese posible. Pero eso y le había costado un pedazo de cuero inútil
en casa. Por lo menos, se dijo Fran no era muy caro. Pero ya le
tenía 3,50 euros menos que meter en su nueva cartera. Y tres días
más de la incomodidad de la antigua.
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