miércoles, 13 de julio de 2016

3.50 euros menos.

Todo empezó una tarde en que nuestro héroe metió la mano en el bolsillo, y encontró su cartera entreabierta y las monedas rodando por el bolsillo. Sacó la cartera y vio que ya no cerraba bien. Bueno, habría que comprarse otra. En un primer momento pensó en comprar una buena en la tienda de deportes de su barrio, pero cayó en la cuenta de quizás así le costase más que el dinero que pudiese meter dentro. Se decidió y bajó a los chinos de su calle y miró las que tenían allí. Había de muchos tipos, pero no lo que él necesitaba: las había que estaban pensadas evidentemente para chicas jóvenes con dibujitos y estrellitas, tipo cartera de señora mayor, y de cuero negras, lo más parecido a lo que él buscaba, pero de tamaño mucho menor. Nuestro protagonista se debatía entre pillar una de éstas e intentar guardar en ella sus cosas o esperar hasta principio de mes y pillar una normal. Viendo la molestias de las tarjetas y monedas rodando por el boslsillo se decidió y la compró. Y entonces empezó una absurda lucha por encajar sus pertenencias en la tercera parte de espacio en la nueva cartera. Se dio cuenta de que le hacía un bulto muy malo en el pantalón, y que aun así no podía meter todo. No había otra, habría que comprar una normal en cuanto fuese posible. Pero eso y le había costado un pedazo de cuero inútil en casa. Por lo menos, se dijo Fran no era muy caro. Pero ya le tenía 3,50 euros menos que meter en su nueva cartera. Y tres días más de la incomodidad de la antigua.

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