
"Se recomienda no salir a la
calle a las horas de más sol e hidratarse bien", repetían una
y otra vez, como cada año por esas fechas, las noticias. A nuestro
protagonista siempre le provocaban risa esos avisos por obvios.
¿Quién se iba a exponer a todo el sol de primera hora de la tarde,
o no iba a sentir la sed y beber agua? Cada año , influidos por la
carencia de verdaderas noticias por un lado, y por la audiencia, que
en ocasiones parece prestar atención sólo a las alertas de
catástrofes por otro, los medios de comunicación daban la sensación
de que cosas absolutamente normales en verano eran un peligro
inminente. Así que nuestro héroe recorría la ciudad pensando en lo
a gusto y a salvo que iba a sentirse cuando dejara de exponerse a
insolaciones y se "hidratara" con dos vasos de agua en
cuanto llegara a casa (antes se llamaba beber). Al mismo tiempo,
pensaba si él alguna vez había corrido peligro real en verano. Por
causas directamente imputables a la naturaleza de la época, queremos
decir. Si incluso con la gente fuera y la ciudad medio vacía, había
veces que se podía cruzar calles tan céntricas como el paseo del
prado sin temer ser arrollado por los coches, lo que resultaría
absolutamente impensable en otro momento del año. Quizás si fuera
alérgico las picaduras de insectos o medusas le hubieran supuesto un
peligro real, pero en su caso no pasaban de molestas. Y accidentes en
playas o piscinas, del tipo de raspones, caídas, o golpes eran en su
opinión más consecuencia de despistes o falta de cuidado que del
verano. Nada que no pudiese ocurrir en invierno realizando otras
actividades. De pronto pasó por una zanja en la acera donde varios
obreros realizaban actividades pesadas. Aunque parecían provistos de
botellas de agua y nuestro héroe desconocía su horario, pensó que
quizas estos sí que, por obligación, corrían el peligro de
insolaciones o deshidratación. ¿Qué proporción de gente no podía
en los tiempos actuales permitirse unas merecidas vacaciones
estivales? A lo mejor sin este porcentaje era alto justificaba los
avisos, y depende del tipo de trabajos. Nuestro héroe había
trabajado siempre en espacios climatizados y con fuentes de agua
cerca. En aquel verano era cierto que daba gracias de poder
descansar, pero no era lo mismo incómodo que mortal. Entonces se
apartó para dejar paso a otras personas en una calle estrecha y...
-¡Cuidado! -legritó un hombre! Mira
dónde has estado a punto de poner la mano.
Y es que al apartarse nuestro
protagonista casí había echado sus brazos en una cornisa por la que
se paseaba una oruga de una especie de muy mal recuerdo en la familia
Gordal Palacios: una procesionaria del pino. Aquella iba sola, no
integrada en ninguna "procesión", pero era inconfundible.
Recordaba nuestro protagonista aquella vez que su perro Trece casi se
ahogó por lamer una y cómo se le había puesto la espalda a una
compañera de Doña Marta Palacios a la que le calló una por la
espalda. Sí, aquellas orugas van soltando una secrección que
inflama todo lo que toca y produce sarpullidos. Bueno, pensó nuestro
héroe. Ya puedo llegar tranquilo a casa, ya he descubierto un
peligro real del verano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario