-Joder, ya da hasta grima la puñetera nieve -comentó nuestro protagonista.
-Y la basura acumulada, Fran -contestó
Juan Gordal.
Hacía una semana que la ciudad donde
vivía nuestro protagonista había
recibido la mayor nevada que se
recordaba en casi un siglo. El primer día fue hasta divertido. La gente de aquella
urbe, una población que no acostumbraba a recibir nieve en demasiadas ocasiones,
la recibió con sorpresa, y algunos aprovecharon para practicar aficiones que no
eran habituales en aquellas calles: construir muñecos de nieve, deslizarse,
incluso algunos esquiaron por las avenidas principales de la ciudad. Pero no
todo fueron alegrías, ni mucho menos: los vehículos quedaron inmovilizados,
mucha gente no pudo acudir a sus trabajos... Al principio estos efectos quedaron
un poco diluidos porque la caída de la nieve se produjo al final de un periodo
vacacional y en un día no laborable. Pero camino de las dos semanas después la
vida normal de la ciudad seguía sin retomarse del todo.
-Por lo menos los niños parece que siguen disfrutando -dijo Juan Gordal. -Pues llego yo a ser el padre de uno de ellos y no te creas que me haría mucha gracia.
Estos restos de nieve ya no son ni blancos. Están llenos de hollín.
-Pues ya ves, dicen los responsables que nos apañemos como podamos. -Ahora esperan que la lluvia derrita estos montones de nieve. -A merced de la meteorología estamos. -No, yo del tiempo no me quejo, pero los de la nieve negra me da un asco supino. - Y la basura desparramada. -La verdad, acojona pensar lo que puede pasar en esta ciudad si de golpe esto se ha
puesto así por una nevada.
-Ni lo nombres que en estos últimos tiempos está pasando todo lo imaginable.
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