sábado, 19 de febrero de 2022

Un sábado inesperado

 


Pues por fin es viernes
y mañana no me levantaré 
a las seis y media —dijo 
nuestro protagonista al irse
 a dormir aquel viernes.
Síhijoesungustopoderdejar
undíademadrugaresciertoesde
lomejorymiraqueamímegustaba
eltrabajoperopodercallaral
despertadorcuandosueneesunamaravillayungustazoquehayquevivirparecementira
quealgotantontotereconforte...—comenzó a decir Doña Marta Palacios.
Bueno, mamá si hasta tú dices eso está claro.

Así nuestro protagonista se fue a dormir aquel viernes feliz pensando en cómo iba a reponerse del
cansancio semanal y sobre todo con la tranquilidad que daba el saber que iba a levantarse habiendo
descansado lo suficiente y no con un plan fijo al que habría que ceñirse para cumplir un horario
impuesto por otros. Cerró los ojos, se cubrió con la sábana y... a las ocho y media un tremendo
estrépito lo despertó y le imposibilitó volver a dormir. Sí, las obras de la calle donde vivía nuestro
protagonista seguían su curso y el taladro de las mismas empezó desde bien temprano a resonar por
toda la calle. Tras unos diez minutos intentando lo imposible, nuestro héroe asumió que no podría
dormir más y que debía levantarse.

¡Me cago en todos los muertos del que planeó estas obras! —gritó—. ¡Es que me dan ganas de ir 
a taladrarle yo la cabeza!YaveshijoelhombreproponeyDiosdisponeaestonohayderechoperoenfinarréglateaversimepuedes
traerdelafarmaciamimedicinaqueayernopudeiryosientoencargarteestohubieraidoyoperositútelevantas
yatelo...Vale, mamá, ya bajo.

Nuestro protagonista observó la obra y comprobó que no estaban cambiando tuberías ni nada por
el estilo. La acera estaba toda levantada solo para cambiar el pavimento. Un pavimento, por cierto,
puesto hacía menos de tres meses. Se encaminó a la farmacia y allí oyó a un chaval con muletas
quejarse de lo difícil que le había sido llegar al local. Con todo esto, nuestro protagonista sintió
unas enormes ganas de emprenderla con los obreros del tajo, pero bien sabía que ellos no eran
responsable. Ellos solo cumplían un trabajo, posiblemente en condiciones abusivas, que alguien
les había encargado molestando a la gente al andar, fastidiando los fines de semana al resto de
currantes y, por lo visto, absurdo. Y esto mismo ocurría con demasiada frecuencia. Esas obras solían
reemprenderse cada pocos meses. Subió a casa nuestro protagonista preguntándose cuánto tiempo
más iba a aguantar aquello la gente sin montar un pollo.


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