—Pues por fin es viernes
y mañana no me levantaré
a las seis y media —dijo
nuestro protagonista al irse
a dormir aquel viernes.
—Síhijoesungustopoderdejar
undíademadrugaresciertoesde
lomejorymiraqueamímegustaba
eltrabajoperopodercallaral
despertadorcuandosueneesunamaravillayungustazoquehayquevivirparecementira quealgotantontotereconforte...—comenzó a decir Doña Marta Palacios.
—Bueno, mamá si hasta tú dices eso está claro.
Así nuestro protagonista se fue a dormir aquel viernes feliz pensando en cómo iba a reponerse delcansancio semanal y sobre todo con la tranquilidad que daba el saber que iba a levantarse habiendodescansado lo suficiente y no con un plan fijo al que habría que ceñirse para cumplir un horarioimpuesto por otros. Cerró los ojos, se cubrió con la sábana y... a las ocho y media un tremendoestrépito lo despertó y le imposibilitó volver a dormir. Sí, las obras de la calle donde vivía nuestroprotagonista seguían su curso y el taladro de las mismas empezó desde bien temprano a resonar portoda la calle. Tras unos diez minutos intentando lo imposible, nuestro héroe asumió que no podríadormir más y que debía levantarse.
—¡Me cago en todos los muertos del que planeó estas obras! —gritó—. ¡Es que me dan ganas de ir
a taladrarle yo la cabeza! —YaveshijoelhombreproponeyDiosdisponeaestonohayderechoperoenfinarréglateaversimepuedes traerdelafarmaciamimedicinaqueayernopudeiryosientoencargarteestohubieraidoyoperositútelevantas yatelo... —Vale, mamá, ya bajo.
Nuestro protagonista observó la obra y comprobó que no estaban cambiando tuberías ni nada porel estilo. La acera estaba toda levantada solo para cambiar el pavimento. Un pavimento, por cierto,puesto hacía menos de tres meses. Se encaminó a la farmacia y allí oyó a un chaval con muletasquejarse de lo difícil que le había sido llegar al local. Con todo esto, nuestro protagonista sintióunas enormes ganas de emprenderla con los obreros del tajo, pero bien sabía que ellos no eranresponsable. Ellos solo cumplían un trabajo, posiblemente en condiciones abusivas, que alguienles había encargado molestando a la gente al andar, fastidiando los fines de semana al resto decurrantes y, por lo visto, absurdo. Y esto mismo ocurría con demasiada frecuencia. Esas obras solíanreemprenderse cada pocos meses. Subió a casa nuestro protagonista preguntándose cuánto tiempomás iba a aguantar aquello la gente sin montar un pollo.
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