—Espérate, voya escanear ese
código —dijo nuestro
protagonista echando mano a su móvil. —¡¿Ése?!—contestó Juan asombrado—.
¡Pero si mo es más que lo que ha colgado
algún tarado
sobre un graffiti!¿Para qué quieres eso? —Mira, da a una página web de diseño. —¡¿Me has escuhado?! —Sí, perdona, Juan, ahora que he visto
cómo van me flipa. He cogido un vicio
con esto tremendo.Los códigos QR eran un sistema de información que, si bien se usaba ya con anterioridad, habíaexperimentado un crecimiento brutal con la pandemia que afligía el mundo de nuestro protagonista.A través de una trama de cuadros blancos y negros se podía llegar por medio de un scannerinformático a páginas web donde se mostraba información sobre muchas cosas. En un contextodonde el contacto físico y las superficies debían reducirse al mínimo permitía reducir muchasprácticas de riesgo: intercambio de cartas en los establecimientos hosteleros, anuncios de diversosestablecimientos, muestras de arte o de pretensiones de arte como la que acababa de ver nuestroprotagonista... El caso es que a Fran le fascinaba esa práctica y ahora escaneaba cualquiera deestos códigos que viera, enviara a donde enviara. No podía evitarlo, en cuanto veía un códigotenía que saber dónde llevaba. Y se podían crear, según las últimas informaciones, muchos, muchoscódigos. Los cuadros blancos y negros no admitían infinitas combinaciones, pero sí un número deellas mayor que la cantidad de átomos que había en el universo.
—Fran, pareces tonto. Eso no es para jugar. —¿Por qué no? ¿No se pasa la vida la gente en internet y la nube? —¡Pareces un crío! La información es útil cuando se va a usar para algo. ¿A ti qué te importa lo
que tenga un grafitero en su web? —Pues ahora sé que existe y... ¡Ay!¡Mira! ¡Voy a escanear el de este bar! —En fin, a ti al menos la pandemia te ha traído un hobby.
No hay comentarios:
Publicar un comentario