―Pues me he preocupado
de ponerle la lavadora y
tenerle toda la ropa
puesta y todavía no
estaba contenta ―dijo
aquel hombre de 60 años
a su interlocutor.
―Lo mismo que yo a la
mía cuando le he cortado
las verduras como le
gustaban y me hago cargo del crío para que ella trabaje.
Fran, Juan y Carolina se quedaron mirando a aquellos dos conversadores. No debería ser así, pero
todos sabían por qué aquellos dos hombres les llamaban la atención: era el tipo de conversación
que habitualmente solían tener las señoras de mediana edad. Verla en dos hombres les resultó
tremendamente llamativo.
―Solo le ha faltado decir que por más que le decían que les dolía la cabeza ellas insistían
―comentó nuestro protagonista.
―Es la nueva realidad. Tendréis que acostumbraros ―respondió Carolina con un levísimo
tono de reproche en su voz.
―Bueno, a mí no me llamam la atención porque compartan las tareas domésticas, sino porque
parecían las marujas y amas de casa de otros tiempos ―comentó Juan.
―¿Y qué tiene de malo que lo hagan? Estáis anclados en los sesenta ―continuó Carolina.
―En realidad, sí, es de lo más normal del mundo ―añadió nuestro protagonista con un leve
tono de culpa al reconocerse como habituado a una sutuación injusta―. De hecho muchos
hemos trabajado en cocinas o limpieza.
―Ya, pero a vosotros habitualmente se os pagaba ―rebatió Carolina―. Y sobre todo, tú, Juan,
que Fran algo hace podríais tomar nota.
―Creo que tiene razón, Fran: ¡vivan los marujos! ―sentenció Juan.
―¡Vivan! ―repitió Fran.
―Y sin cobrar, cabrones, que a nosotras no nos pagaban dijo Carolina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario