El kioskero, el panadero, la vecina del sexto... Nuestro protagonista volvía a verlos las caras y se
preguntaba si esa sería la ola definitiva de la plaga que afligía su planeta. El ciclo se repetía: se relajaban
un poco las medidas de contención del virus, la gnte se echaba a la calle, la pandemia se recrudecía...
Según todos los indicios de forma progresivamente más débil, pero la gente seguía enfermando y en
algunos casos de gravedad. Aun así volvió a quitarse la mascarilla y a disfrutar de la sensación de
libertad que daba hacerlo. Pero al llegar a cierta zona dela ciudad donde la concentración de gente era
abrumadora no tuvo más remedio que volvérsela a poner. Y sorprendentemente en esta zona era donde
se veía más gente a rostro descubierto.
—Yo no sé si es que la gente piensa que en zonas como las terrazas o el centro el virus pasa de largoo qué cojones pasa —comentó Juan.—Harta por repetición —respondió nuestro protagonista —. Y no saber nunca si de una vez es la
última ola. —Bueno, por lo menos parece que seguimos sin pillarlo. —Yo no puedo creer que seamos tan afortunados —comentó nuestro héroe —. Debemos haberlo
pasado sin darnos cuenta. —Hay que acostumbrarse a que el jodido bicho seguirá —dijo Juan. —Por lo menos lo soportaremos mejor. —El otro día vi que ya saldaban las mascarillas. A ver si de una vez nos olvidamos de ellas. —Yo la mía la guardaré, que ya tengo colección.
En efecto, nuestro protagonista observó las mascarillas que ya tenía adquiridas en diferentes etapas
durante la pandemia. Se acordaba de cuando todo empezó y se oponía a banalizar aquel instrumento
de protección. Ahora ya tenía colección. ¿Era ya el final de todo?
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