Doña Marta Palacios llegó a casa exultante. Fran que la había acompañado se alegraba de ver contenta
a su madre, pero estaba un tanto cansado al llegar a casa de oírla hablar sin parar del mismo tema.
—Ayhijoesquenoshadichoelsacerdotequeyavamosavolveraestarenmisacomoestábamosquepodremosdarnoslamanoenlapazrecibirlacomunionsentarnos
entodoslosespaciosdelosbancosyoestoy felizdequelamisavuelvaasernormal... —Yo tambiénmealegro de que hasta los vejetes tengáis vuestra
vida anterior a la pandemia, pero llevo
diez minutos sin oír otra cosa —dijo Fran. —AlfinalDiosprevaleceantetodomiracómolaevociónsigueahíyhemossuperadoestetrancequeparecía quenoseacababanuncaperotodoslosqueíbamosamisasabíamosqueestopasaríaperonollegabanuncael momentomesientocomollegandoalatierraprometida... —Bueno, mamá, no exageres, llegamos a casa.Según entró Doña Marta explicó su alegría a Juan, a Carolina, llamó a la tía Maria Cristina, a la tíaClara, a varias compañeras de sus antiguos trabajos y les explicó lo alegre que estaba de poder volvera llevar los gritos cristianos con normalidad.
—Otra vez está dopada con la juerga mística —dijo Carolina Gordal. —Hombre, si los curas la ponían en marcha con las medidas pandémicas, imagínate si se las
administran sin medida. —Yo creo que debería medirle la dosis de misas y hostias —comentó Juan Gordal —Ayhijotendríaisquevenirqueyanisiquierahaylímiteylasmisassonnormalesnosabéislafuerzaqueme daestoyasísevequeyasehapasadolaplagaestonoeraelapocalipsisysiDiosquiereahoratodopasaráde
unaçvezsiesqueDiosalfinalaprietaperonoahoga... —Bueno, está bien que se pase la plaga —sentenció Fran—. Pero a ver si ahora la plaga va a ser la
juerga mística.
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