―Ahoravany
cierrancuando
llevotodami
vidaviniendo
aestebanco
cogenellos
yselarganpor
lomenosel nuevositioestácercadecasaperomiracómosenoshaidolamañanaparanadaahoraseentiendeporqué últimamentetodoibatanmal...―dijo Doña Marta Palacios cuando llegó al banco. ―Son una panda de hijos de puta y viven con una impunidad que no es de recibo ―contestó
nuestro protagonista.Las cadenas bancarias del país ―y según varios indicios de todo el planeta― de nuestroprotagonista llevaban varios años en un proceso de paulatina degeneración. Los problemas, almenos en barrio de nuestro personaje empezaron cuando en la anterior crisis económica seemprendió un proceso de reestructuración que concentró todo el negocio en unas pocas entidadespoderosas. Desde entonces cada vez que Doña Marta o Fran habían acudido a la sucursal se habíanencontrado con cajeros que no funcionaban, cables colgando, oficinas desatendidas y sobre todouna inoperancia y prepotencia del personal muy molesta, que no les resolvía los problemas y ademásintentaba venderles productos bancarios de dudosa calidad. La última vez que habían acudido lesanunciaron su traslado, pero ahora lo habían llevado a cabo antes de la fecha prevista.
―No sé si has visto dónde hay que ir ahora. Unas oficinas claramente pensadas para empresas,
y para inversión. Pasan del cliente medio de una forma increíble. Para llevarse todo al terreno
digital y timaros a los mayores ―comentó Fran. ―Buenohojoyoestoytodavíabienperosívamosalotroladoaverloquepasayaversideunavezsepuede sacaralgodedineroqueparecementiralodifícilqueloponencuandotambiénnosotroslosclientes pequeñoslossostenemosymuchosmásporquesomosmás...―respondió la matriarca de los Gordal
Palacios. ―Pues les importáis una mierda, mamá.Madre e hijo se encaminaron a la esquina de la otra calle, y metieron la tarjeta en el cajero.Teclearon el importe, el número... y el cajero les anunció que ahora no podía atenderles. Muycabreados pasaron dentro.
―Buenos días. ¿En qué puedo ayudarles? ―les dijo una empleada. ―Averahífueranomecogenlatarjetaperoyonecesitoahoradineroparalacompraqueveniraquídesde quesehizolafusiónesunagincanaquedeberíadarosvergüenzaperoenfinaversiustedpuedeatenderme queyoquiero...―explicó Doña Marta ―¿Han probado a hacerlo online? ―repuso la empleada. ―¡¿Y para qué coño están ustedes aquí?! ―estalló Fran y eso que hacía grandes esfuerzos para evitarlo. ―Bueno, si quieren les podemos ofrecer una serie de créditos e inversiones... ―No, me va a dar algo mejor ―cortó Fran―. Una hoja de reclamaciones. ―Biendichohijoestoesparapedirlanotengomásganasdeseguiraquíperonopodemosdejarestosindecir nadaaunquenosésiserviráparanadaperonoesderecibotodoloquenoshanhechoqueencimaparecequete haganunfavorpersonal...―comentó Doña Marta.
Doña Marta rellenó la hoja y la empleada la recogió con cara de circunstancias. Mientras se ibanla matriarca de los Gordal Palacios volvió a preguntarse si aquello serviría para algo:
―Nadielapidenodanganasperoesquemehansacadomuchodequiciohijoaunquemetemoqueestolo archivaránsinnisiquieramoverundedoylapróximavezvolveremosasufrirestoesmuyfrustrantequenada deloquehagamossirvaparanada... ―Desde luego, mamá, pero al menos que tengan que hacer el esfuerzo de cursarla. Debería hacerlo
más gente, que ya hemos visto que no somos los últimos ―sentenció Fran pensando en lo que
le gustaría hacer con los dirigentes de las mencionadas entidades, que era algo mucho más
violento que rellenar aquella hoja. Más aún pensando en que como hemos dicho, según varios
indicios, ese modo de funcionamiento se daba en todo aquel planeta.
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