del portal el murmullo de una conversación entre vecinos. Al llegar a la puerta de
salida encontró a una multitud haciendo corro a la misma. Observó que varios de los
habitantes del inmueble hacían aspavientos ante la misma.
—¿Pero qué pasa? —preguntó al fin nuestroprotagonista.—Que se ha roto el picaporte. Ahora no podemos hacer nada —dijo la inquilina de dos pisos encima
de Fran. —Yo no sé si llamar a la policía o al cerrajero...—dijo ese chico joven que había venido hacía poco
a la casa. —No puedo ni ir a por el pan. Fran, muy sorprendido de la cerrazón de los habitantes de aquella finca urbana sacó sus llaves del
bolsillo y dijo: —Déjenme pasar, anda.Nuestro protagonista hizo algo tan sencillo como meter la llave en la cerradura y abrir. Le
sorprendió el suspiro de alivio general de sus vecinos. Era sencillísimo. Nuestro héroe estaba
asombradísimo ante la falta de iniciativa del resto de inquilinos. Ante la misma no pudo evitar
cierto tonito condescendiente al dirigirse a ellos.
—Habrán avisado ya al portero de que debe hacer arreglar ese picaporte ¿no? —Sí, hijo, perdona, que es que la histeria es muy mala. Ni se nos había ocurrido lo fácil que era
esto—dijo sonrojándose la vecina de dos pisos más arriba. —Joder, me da hasta vergüenza no haberlo visto y haberme puesto histérico—añadió con tono
también de sentirse estúpido el chico joven. —Recuérdenlo: la histeria encierra más que cualquier puerta o cerradura—sentenció Fran y salió.Nuestro héroe se sentía importante por haber resuelto un problema a varias personas, pero almismo tiempo nunca dejaba de asombrarle cómo puede nublar sentidos y razón un miedoirracional. Eso, pensó, explicaba muchos sucesos que veía aparecer en los periódicos.
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