una vez al año. Permitía ver de un vistazo todas las novedades importantes del negocio
editorial. Lo malo es que atrpaba de modo que raramente uno no se gastaba más dinero del
que pensaba o podía.
―Ya he conseguido el libro de la expedición deStanley en busca de Livingstone. Me acuerdoque lo primero que supe de ellos era por los dos cachorros de las historietas de Leo Verdura.Creo que no compraré nada más―dijo nuestro protagonista.―Pero también te han firmado dos cómics, has visto varios más... Yo traigo ocho tebeos cuando
pensaba no gastarme más de 40 euros―respondió Juan Gordal ―A eso se viene, hermano. De todas formas, deberías usar el viejo truco de no traer más pasta
que la que quieras gastarte. ―Si lo hice la primera vez pero luego he vuelto a por más. Y encima si uno lo piensa bien hay
lo mismo que en todas las tiendas el resto del año. ―Bueno, por lo menos te hacen descuento. Y mira, el paseo por el parque no te lo quitan.Ambos hermanos subían por la avenida observando las aglomeraciones y los vacíos que se producían
en determinadas casetas.
―Los que más firman son, claro, los que promocionan en la tele―comentó nuestro protagonista. ―Que no siempre son recomendables. Algunos firman libros de recopilaciones de mentiras que
venden como sesudos reportajes. ―Por lo menos los de cómic también tenían gente. ―Sí, tú conseguiste lo que querías. Pero mira la cola del Soto Ivars, pro ejemplo.Nuestro personaje se asustó viendo cómo este individuo, que había hecho su negocio de denunciar
la supuesta censura que recibía por defender teorías reaccionarias, tenía una cola de gente para
que les firmara sus libros que ocupaba el largo de tres casetas.
―Para estar tan censurado ocupa un sitio bastante eminente―sentenció nuestro protagonista. ―Mira, vamos a una caseta de comics, que me está dando muy mala hostia. ―Mejor. Pero muy inquietante que esta gente tenga tantos que les siguen.
―Inquietante, sí.
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