Fran no podía dejar de mirarlo. Allí, muchos días antes de lo que había supuesto
nuestro protagonista al plantar aquellas semillas su girasol estaba brotando.
Mientras hacía una limpieza en la cocina había descubierto dos de los cactus que
cuidaba Doña Marta Palacios y decidió continuar la obra de su progenitora. Pero
además podía ampliar si labor y volver a intentar tener una terraza agradable y
llena de vida. El girasol fue la primera planta que brotó y ver aquel diminuto
hierbajo verde cautivaba a nuestro protagonista.
—Joder, Fran, pues yo porque te veo a ti, yo ni siquiera me hubiera dado cuenta—comentó Juan Gordal. —Pues míralo, es de verdad. Es un puñetero brote. —Y encima has comprado un tiesto enorme para esa ridiculez. —Es que no se va a quedar así, Juan. Si crece bien, un girasol es una planta enorme. —Bueno, está bien que te de por las plantitas, pero ese armatoste en en mitad de la
terraza no me gusta. —Con algo de suerte dará hasta pipas. Es muy curioso, cuando sembré las semillas
se veía que eran pipas pero diferentes de las de comer. —O sea, que vamos a tener una plantación de pipas que ni siquiera se pueden comer. —De momento tenemos un brote minúsculo. —Y un tiesto gigantesco.La conversación volvía una y otra vez al mismo sitio, pero Fran, en efecto, estaba
asombrado de que los manuales aconsejaran plantar los girasoles en macetas de
esas dimensiones. Que aquel minúsculo hierbajo pudiera llenar ese espacio era
una de las maravillas de la vida. Y si encima da pipas, pensaba Fran, sí que voy
a flipar de verdad.


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