-¡Joder, Juan! -gritó nuestro héroe-. ¿Has vuelto a coger mis zapatillas? -Pues sí, no encuentro las mías. -¿Por qué no te compras unas? -Bueno, tú eres como Imelda Marcos, pero yo no tengo tanto dinero para mis pies. -¿Tanto dinero dices? ¡Cuesta un par dos euros en los chinos! -Claro, ¿y cuántas te has comprado en los últimos meses? -¡Coño, pero es que tú me las quitas, que por cierto, no sé que haces con ellas, porque no paras de
romperlas! -Bueno, pues píllate unas para tí, si son tan baratas. -Claro que lo haré. Que tienes una jeta... Fran compró otra vez las zapatillasy pasó una semana. Un día no las encontraba al llegar a casa. -Juan, no me digas que las has cogido. ¡Pues esta vez no estoy dispuesto! ¡Gástate dos euros cabrón! -Sí, ya vez, en menos de una semana has vuelto a comprar. Fran agarró muy fuerte un cojín para reprimir los impiulsos de lo que su cuerpo le pedía hacer con su
hermano. -¡Y no hagas gestos forzados! Suelta ese cojin. -Macho, al final te estaré agradecido, porque si hay un cielo después de aguantarte no sé quién me lo
puede arrebatar.
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